La bombilla, durante mucho tiempo símbolo del progreso, debe apagarse. Es necesario abrazar la oscuridad para asegurar un futuro brillante. ¿Cuánta luz es demasiada? La flora y la fauna del mundo han evolucionado para operar en el ciclo natural del día y la noche. Sin embargo, la iluminación permanente ha hecho que la contaminación lumínica sea un grave problema. Desde el espacio, nuestro planeta brilla intensamente 24 horas al día, los 7 días de la semana. Al extender nuestras horas de luz, hemos expulsado a los habitantes de la noche e interrumpido los ritmos circadianos necesarios para el sustento de todos los seres vivos. Las farolas y los letreros de neón de nuestras ciudades están alterando ecosistemas enteros. Johan Eklöf nos anima a apreciar la oscuridad natural y sus beneficios únicos con un apasionante relato sobre el efecto dominó del daño que infligimos al mantener las luces encendidas: insectos que no logran reproducirse, aves cegadas y desconcertadas, murciélagos hambrientos mientras esperan en vano a insectos que solo salen en la oscuridad... Y nosotros, los humanos, podemos encontrar que nuestras hormonas, peso y salud mental se ven afectados.
En 2001, cuando Jacqueline Novogratz fundó Acumen, una comunidad global dedicada a cambiar la forma en que se aborda la pobreza en el mundo, casi nadie había oído hablar de la inversión de impacto. Veinte años después, la manera en que los consejos de administración de las empresas y otros actores económicos evalúan los negocios ha cambiado radicalmente. La inversión de impacto ?la práctica de Acumen de «hacer bien haciendo el bien»?no sólo es moralmente defendible, sino que ahora también es económicamente conveniente, incluso necesaria.
Aun así, no es fácil lograr un éxito que proporcione beneficios y en el que las relaciones con los trabajadores y sus comunidades sean mutuamente favorables. ¿Qué pueden hacer, entonces, los líderes actuales, que muchas veces arrancan sus empresas con grandes esperanzas y pocos planes, y se abren camino entre los desafíos de la pobreza y la guerra, los egos y la impaciencia?
En 1939, como todos los ciudadanos alemanes residentes en París, Walter Benjamin fue internado en un campo de «trabajadores voluntarios» en Nevers. Liberado después de dos meses y medio gracias a la intervención de varios amigos, regresó a París hasta que llegaron las tropas de la Wehrmacht. Entonces huyó y comenzó a vagar por el sur, primero Lourdes, luego Marsella, desde donde intentó en vano embarcarse hacia Estados Unidos. Su viaje continuó por los Pirineos, hasta el puesto fronterizo español en Portbou, donde, amenazado con ser entregado a la Gestapo, se suicidó.
Esta historia se entrelaza con una evocación del poeta estadounidense Ezra Pound, exiliado en Rapallo, en la Italia fascista, cuyas opiniones comparte ciegamente. En Roma, el poeta se encuentra con Mussolini para ponerse a su servicio, pero éste rechaza la propuesta, convencido de tratar con un espíritu perturbado. Detenido en 1944 por los estadounidenses y condenado por traición, fue encerrado en Pisa en una jaula al aire libre, antes de ser internado durante trece años en su país.