Fuente inagotable de constante reflexión artística e intelectual, el mito griego nos trae los ecos –familiares y extraños a un mismo tiempo– de los relatos de dioses y héroes que nos anclan a los orígenes de nuestra civilización. Evocados por los poetas épicos y trágicos griegos y latinos, la pervivencia de estas narraciones se debe en buena medida a la labor de los mitógrafos que, como Diodoro de Sicilia, registraron por escrito las acciones de estos personajes de extraordinaria presencia en el arte, la literatura y el pensamiento occidental.
Por qué algunas ideas radicales pasan a la historia y otras fracasan?
Tendemos a pensar en las revoluciones como algo ruidoso: frustraciones y demandas que se gritan en las calles. Pero las ideas que las alimentan se han concebido tradicionalmente en espacios mucho más silenciosos, en rincones apartados donde una vanguardia puede imaginar realidades alternativas y deliberar sobre cómo llegar a ellas. Este extraordinario libro es una búsqueda de esos espacios, a lo largo de siglos y continentes, y una advertencia de que —en un mundo dominado por las redes sociales— podrían extinguirse pronto.
Antes de la tormenta es un gran panorama que se abre con la correspondencia del siglo XVII que puso en marcha la revolución científica y avanza en el tiempo para examinar los motores del cambio social: las peticiones que aseguraron el derecho al voto en la Gran Bretaña de 1830, los fanzines que dieron voz al descontento de las mujeres a principios de la década de 1990, e incluso las aplicaciones de mensajería encriptadas utilizadas por los epidemiólogos que luchaban contra la pandemia a la sombra de una administración inepta. En cada caso, Beckerman muestra que nuestros movimientos sociales más definitorios —desde la descolonización hasta el feminismo— prosperan cuando se les da el tiempo y el espacio para gestarse antes de difundirse ampliamente.
No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús».
Los Cuadernos negros representan una forma que, en su estilo, posiblemente resulte singular no solo en Martin Heidegger, sino en general en toda la filosofía del siglo XX. El género con el que mejor se los podría comparar sería el «diario de pensamientos» o el «diario filosófico». Pero mientras que esta designación casi siempre relega los escritos que quedan comprendidos bajo ella al margen de unas obras completas, el significado de los Cuadernos negros habrá que considerarlo sin embargo aún en el contexto del «pensar inicial» de Heidegger.
Esta cuarta entrega de los Cuadernos negros contiene las «Anotaciones I-V», que arrancan cuando se inicia la derrota alemana en la guerra mundial y prosiguen en la inmediata posguerra. Al comienzo de las «Anotaciones IV» Heidegger cita la siguiente frase de Leibniz: «Quien solo me conoce por mis libros no me conoce». Esta frase da una indicación sobre el significado de los Cuadernos negros en su conjunto. Ellos constituyen unos singulares manuscritos escritos al margen de la esfera pública. Incluso de forma distinta que los tratados inéditos, como por ejemplo los Aportes a la filosofía (Acerca del evento), le ofrecen a Heidegger la posibilidad de escribir sin trabas su pensar sin parar mientes en formalismos.
Las lecturas convencionales de la Antigüedad enfrentan a Atenas con Jerusalén, donde Atenas representa la «razón» y Jerusalén la «fe». Sin embargo, como nos recuerda Susan Buck-Morss, los estudios más recientes han eliminado esta separación. Nombrar el primer siglo como un punto cero –«año uno»– que divide el tiempo en antes y después es igualmente arbitrario, nada más que una conveniencia que carece de sentido empírico. En Año 1, Buck-Morss libera el primer siglo para que pueda hablarnos de otra manera, reclamándolo como terreno común y no como origen de diferencias profundamente arraigadas.
Buck-Morss se propone derribar varias premisas conceptuales que han dado forma a la modernidad como episteme y nos han conducido a algunos impases posmodernos poco útiles. Se acerca al siglo I a través de los escritos de tres pensadores a menudo marginados en el discurso actual: Flavio Josefo, historiador de la Guerra de Judea; el filósofo neoplatónico Filón de Alejandría; y Juan de Patmos, autor del Apocalipsis, el último libro de la Biblia cristiana. También aparecen Antígona y John Coltrane, Platón y Bulwer-Lytton, al-Farabi y Jean Anouilh, Nicolás de Cusa y Zora Neale Hurston, por no hablar de Descartes, Kant, Hegel, Kristeva y Derrida.
Oxford, 1 de mayo de 1956. En la solemnidad de la Biblioteca Bodleiana, el claustro de la universidad se ha reunido para decidir si se le concede un honoris causa al expresidente de los Estados Unidos Harry S. Truman. Una de las personas presentes, la filósofa Elizabeth Anscombe, se opone con vehemencia, poque considera que este reconocimiento no debe concederse a quien, al ordenar el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, fue culpable de la muerte de miles de inocentes.
En unos tiempos en que la filosofía había virado hacia los métodos analíticos y científicos del positivismo lógico, ella y sus colegas y amigas en Oxford Philippa Foot, Iris Murdoch y Mary Midgley, bajo el impacto de la Segunda Guerra Mundial, consideraron que la filosofía debía afrontar de nuevo las grandes preguntas éticas: ¿qué es moralmente correcto? ¿Qué principios morales deberíamos seguir? ¿Existe un criterio objetivo de moralidad?
Este libro reconstruye la peripecia vital e intelectual de estas cuatro mujeres que dejaron su huella en la filosofía, en unos tiempos en que esta disciplina estaba dominada por los hombres.
En un planeta en el que la evolución ha sido posible en gran parte gracias a la cooperación, los seres humanos combaten y se exterminan desde hace milenios por, parafraseando a Carl Sagan, «convertirse en amos momentáneos de una pequeña fracción de un pequeño y pálido punto azul no más grande que una mota de polvo suspendida en un rayo de sol».
Cada guerra, cada batalla, cada pequeña escaramuza armada, cada uno de estos sinsentidos ha provocado la muerte de millones de víctimas: soldados y civiles inocentes, sí, pero también la de millones de animales que han sido forzados a tomar parte en un conflicto que no era el suyo. Infinidad de muertes que para la historia han pasado completamente desapercibidas: cerdos en llamas, elefantes de combate, palomas espías y mensajeras, perros kamikazes cargados de explosivos, caballos, delfines detectores de minas y explosivos, mascotas amigas en el frente…
«Animales de combate» es un recorrido histórico del crucial papel que los animales han tenido en la historia militar a lo largo de los siglos, así como un pequeño homenaje a todos aquellos que perdieron la vida por las desmedidas ansias de poder y codicia del animal humano, que tantas veces ha arrasado todo a su paso.
Un profundo desamparo existencial se extiende y consolida preocupantemente en todo el globo. Diana Aurenque Stephan atribuye dicha orfandad al olvido del animal ancestral que somos, al desconocimiento de su racionalidad ancestral y de los modos en los que esta articula la organización social y la convivencia política.
A partir de este diagnóstico, la autora nos plantea formas de relacionarnos comunitariamente más sanas, menos nerviosas y ansiosas, que nos conduzcan hacia una política de mayor amparo. ¿Cómo logramos acercarnos siendo tan distintos y distantes? ¿Cómo anclarnos sensatamente en un nosotros? ¿cómo desarrollar la individualidad resguardando la pluralidad? ¿cómo pensar una comunidad amplia que ampare sin que oprima?
A partir de estas preguntas, la filósofa propone una terapéutica psicopolítica y filosófica original, que piense en el rol político de los ancestros, del mito, de la música y de la voz, del nihilismo, entre otros, para imaginar un nuevo amparo. Uno que nos cure –con algo de magia- del desarraigo del sujeto y su logos huérfano, para así anclarnos de nuevo –o por primera vez– a una tierra de pasado, presente y futuro común de animales ancestrales.