Este singular libro parte de un breve viaje de su autor, y de un largo periplo como lector (el viaje a otros viajes) con el que Alejandro J. Ratia teje un cuadro polifónico en el que los caminos de sus personajes se entrecruzan. Se trata de un periodo (primera mitad del siglo XX) en que convivían la exaltación del exotismo y la crítica al modelo colonial, tiempos en que viajar hasta Tahití o Bora Bora no era ya aventura alguna, nada comparado a los relatos fundacionales de Bougainville, Cook y Wallis, cuando aquel país (anticipado por fabulaciones y poemas) apareció de repente como un sueño hecho realidad, una maravilla que corría el peligro de esfumarse al tocarla. Era el destino perfecto, paraíso del sexo, donde se vivía sin trabajar y la comida brotaba de los árboles.
De la cultura tahitiana aún quedaban los rescoldos cuando recalaron por allí Stevenson, Gauguin o Pierre Loti, pero el sueño polinesio se había reconvertido ya en un mito paradójico, respecto al espíritu explorador o el impulso predatorio. El universo mítico que rodea a Tahití, como viaje de ida y vuelta, será el destino perfecto no tanto del emprendedor aventurero como del soñador disoluto, preso de la tentación de la indolencia. Pocos de los personajes retratados por Ratia se decidieron a morir allí. Todos llegaron a tiempo de abordar una arqueología de la aventura. Tahití es ese lugar al que se planea viajar para encontrarse de vuelta en casa.
En Francia la moderna literatura de viajes tiene un padre indiscutible: Pierre Loti. Un autor tan inusual y prolífico que ha contagiado la pasión por las cosas del mundo a más de una generación de escritores y viajeros, y no solo en Francia. Excesivo, barroco, amante de los disfraces y la heterodoxia, Álex Fraile sucumbió a la admiración por este personaje superlativo; a veces provocador, otras, extravagante o cínico, pero siempre rendido a los encantos de lo desconocido. Desde hace años Fraile ha ido visitando muchos de los lugares donde vivió el famoso marino y escritor francés, ya sea China, Japón, Turquía, Senegal, Camboya, Birmania o Madrid y Andalucía, donde pasó su luna de miel, sin olvidar el país vasco francés, donde murió.
Si El sofista es uno de los diálogos de Platón que más ha atraído a estudiosos y amantes de la Filosofía, ello está motivado tanto por su contenido y relevancia en el conjunto de la obra platónica, como por la influencia que, hasta nuestros días, ha ejercido en la conformación de importantes conceptos del pensamiento occidental. El diálogo, que plasma el desafío que representa "cazar" al sofista mediante las redes de la dialéctica, llega a la conclusión de que éste es un imitador que se mueve con total libertad en el ámbito de la falsedad y la apariencia, en contraste con el sabio y el filósofo, dedicados a la búsqueda de la verdad.