Concebir la democracia deliberativa desde la participación y el control de la ciudadanía significa tomar en serio el ideal democrático de autogobierno. Este libro analiza críticamente las concepciones pluralistas profundas, epistocráticas y lotocráticas de la democracia, que proponen diversos atajos institucionales y justifica el camino largo de la deliberación entre los ciudadanos.
Democracia para realistas arremete contra la romántica teoría vulgar en la que se asienta el pensamiento contemporáneo sobre política y gobierno democráticos, ofreciendo una provocadora visión alternativa centrada en la naturaleza humana de los ciudadanos democráticos. Gracias a una amplia variedad de pruebas procedentes de las ciencias sociales, incluidos ingeniosos e inéditos análisis sobre temas que abarcan desde el aborto y los déficits presupuestarios hasta la Gran Depresión y los ataques de tiburón, Christopher Achen y Larry Bartels desmienten la imagen generalizada de ciudadanos concienciados que dirigen el rumbo del Estado desde las urnas de votación. Argumentan que los votantes -incluso los mejor informados y más implicados- eligen partidos y candidatos en función sobre todo de sus identidades sociales y lealtades partidistas, no de cuestiones políticas. Además, demuestran que los electores ajustan sus opiniones políticas e incluso sus propias percepciones sobre asuntos objetivos para que se correspondan con dichas lealtades. Cuando los partidos están más o menos igualados, las elecciones a menudo dependen de consideraciones irrelevantes o engañosas, como repuntes económicos o recesiones que escapan al control de los gobernantes; en esencia, los resultados son aleatorios. Así pues, los electores no dirigen el rumbo de las políticas públicas, ni tan siquiera de forma indirecta.
La sociedad democrática actual le debe la invención de su régimen político a la antigua Grecia. Sin embargo, sus orígenes y su evolución no pueden rastrearse de manera diáfana y sencilla. Por ello, para entender y reflexionar sobre la democracia en toda su amplitud, Paul Cartledge se remonta 2.500 años hasta la cuna de la civilización occidental y explica el nacimiento de este sistema político, cómo este se diversificó, con la coexistencia de diferentes modelos, y cómo llegó a su plenitud un siglo más tarde. Conocer sus características nos permite entender las razones por las que también las instituciones democráticas griegas declinaron a manos de los macedonios y, posteriormente, de los romanos hasta eclipsarse durante siglos. Este amplio recorrido por la Antigüedad permite a Cartledge establecer una comparación con el pensamiento democrático moderno, desarrollado a partir del siglo XVIII hasta llegar hasta hoy, para ver sus similitudes y diferencias.