La historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, en el escenario de un pueblecito portuario del Caribe y a lo largo de más de sesenta años, podría parecer un melodrama de amantes contrariados que al final vencen por la gracia del tiempo y la fuerza de sus propios sentimientos, ya que García Márquez se complace en utilizar los más clásicos recursos de los folletines tradiciones. Pero este tiempo -por una vez sucesivo, y no circular-, este escenario y estos personajes son como una mezcla tropical de plantas y arcilla que la mano del maestro moldea y con las que fantasea a su placer, para al final ir a desembocar en los territorios del mito y la leyenda. Los jugos, olores y sabores del trópico alimentan una prosa alucinatoria que en esta ocasión llega al puerto oscilante del final feliz.
«Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.
Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña donde había dormido siempre, cerca de un taburete con la cubeta que había servido para vaporizar el veneno.»
DIEZ DÍAS PARA SALVAR UNA VIDA.
UN SEGUNDO PARA PONERLE FIN.
Hace quince años, Mitch McDeere esquivó a la muerte. Y a la mafia. Tras hacerse con diez millones de dólares y desaparecer, vio cómo sus enemigos acababan en la cárcel o en la tumba. Ahora Mitch y su mujer, Abby, viven en Manhattan, donde él se ha abierto camino hasta convertirse en socio del bufete más importante del mundo.
Pero cuando su mentor en Roma le pide un favor que le llevará a Estambul y Trípoli, Mitch se ve inmerso en el centro de un siniestro complot con ramificaciones por todo el planeta y que una vez más pondrá en peligro a sus colegas, amigos y familia. Mitch se ha convertido en un experto en mantenerse un paso por delante de sus adversarios, pero ahora que el tiempo se está agotando, ¿será capaz de volver a lograrlo? Esta vez, no hay donde esconderse.
Georg Heym (1887-1912) forma parte de la llamada primera etapa del Expresionismo alemán (1910-1914). A pesar de su muerte prematura con solo veinticuatro años, Heym ocupa un lugar destacado entre los grandes nombres de la literatura expresionista como Gottfried Benn, Georg Trakl o Else Lasker-Schüler. Umbra vitae, publicado de manera póstuma el mismo año de su muerte, es la obra que lo consagra. Los poemas de este libro, más maduro y osado que El día eterno (1911), recogen una atmósfera de amenaza y peligro que se agazapa en la sombra, envolviendo al poeta y revelándole como en sueños, profeticamente, los tormentos de la guerra, el sufrimiento y la aniquilación del ser humano, y su propio final. Umbra vitae no tardó en despertar el interes del artista Ernst Ludwig Kirchner, quien realizó una serie de grabados en madera para la reedición del libro en 1924.
No amaba a Catherine Barkley, ni se le ocurría que pudiera amarla. Aquello era como el bridge, un juego donde te largas a hablar en vez de manejar las cartas. Eso pensaba el teniente americano Frederic Henry, conductor de ambulancias en el frente italiano durante la Primera Guerra Mundial, al poco de conocer a esta bella enfermera británica. Lo que parecía un juego se convirtió en pasión intensa, mientras la guerra lo arrasaba todo y los hombres desfilaban bajo la lluvia, agotados y hambrientos, sin pensar más que en huir de la muerte.
Al frente de una flota de treinta naves y un ejército de dos mil hombres, el pirata inglés Francis Drake ataca la isla La Española, en el corazón del Caribe. Es 10 de enero de 1586, y Drake no sólo conquista su capital, Santo Domingo, sino que amenaza con reducirla a escombros si sus habitantes no pagan el rescate exigido. Con las negociaciones estancadas, comienzan los saqueos y los incendios en la ciudad, mientras en el interior de la catedral sobrevive el puñado de vecinos que trataron de salvaguardar y defender la isla. Y es uno de ellos, nieto del primer cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, quien nos narra la ocupación y la captura de la isla, al tiempo que comienza a definir su propia identidad y busca el modo de resistir a la violencia de los piratas.