No amaba a Catherine Barkley, ni se le ocurría que pudiera amarla. Aquello era como el bridge, un juego donde te largas a hablar en vez de manejar las cartas. Eso pensaba el teniente americano Frederic Henry, conductor de ambulancias en el frente italiano durante la Primera Guerra Mundial, al poco de conocer a esta bella enfermera británica. Lo que parecía un juego se convirtió en pasión intensa, mientras la guerra lo arrasaba todo y los hombres desfilaban bajo la lluvia, agotados y hambrientos, sin pensar más que en huir de la muerte.
Así describe el poeta venezolano Rafael Cadenas (1930) el modo vacilante con que llegó al principio a la obra de Rainer Maria Rilke, protagonista absoluto de este libro que es a la vez homenaje, lectura crítica y testimonio de una afinidad electiva -y espiritual- que se ha prolongado durante décadas. La escritura de Cadenas, siempre intensa y austera, se afila todavía más en los poemas que articulan este diálogo conmovedor y lleno de fuerza con el autor de Elegías de Duino, uno de los poetas centrales del siglo xx.