Un guionista en plena crisis creativa y conyugal acaba de llegar —acompañado de su mujer y de su hija— a una flamante casa de montaña. Es diciembre. El frío blancoazulado de los glaciares, los bosques ocultos por una espesa bruma, el fluir de un río y un profundo y silencioso valle prometen, al fin, un nuevo comienzo. Una nueva oportunidad para finalizar un guion que se le resiste y para intentar reconciliarse con su mujer.
Sin embargo, algo pasa en la casa. Poco a poco los contornos de la realidad comienzan a difuminarse y lo que parecía una escapada idílica se convierte en una inquietante espiral de comportamientos disfuncionales.
Deberías haberte ido es una lectura sobrecogedora. Un relato claustrofóbico donde la realidad se tiñe de surrealismo y el terror no se presenta con sobresaltos, sino como un siniestro sueño cuyas piezas no acaban de encajar.
Hay historias de amor que hacen que nos reencontremos con nuestros propios miedos, con nuestras propias ilusiones, con nuestra propia historia. Esta es una de ellas.
Solo cuando nos enfrentamos al pasado, podemos sanar un corazón roto.
Alguien debía de haber calumniado a Elfriede Jelinek porque el fisco alemán se presentó un buen día en su casa. Escarbaron en sus papeles, indagaron en su vida repartida entre Múnich y Viena, buscaron pruebas con las que llevarla a juicio y condenarla. La investigación quedó en nada. De la experiencia sufrida surgió, en cambio, este coro de voces espectrales, música huracanada que arrastra todo a su paso, revuelve los papeles y trastoca pasado y presente. Jelinek exhuma la historia de sus parientes perseguidos por el nazismo y levanta acta de acusación contra las hipocresías múltiples del poder, los esquiadores felices, los futbolistas que regatean impuestos y las muchedumbres dichosas que toman el sol en la playa y olvidan las vidas ahogadas en las aguas en las que se bañan.