En abril de 1657, tras ser encarcelado en varias ocasiones y merecer castigos cada vez más severos por parte del tribunal de la Inquisición, el fraile Diego La Matina pasó de la exasperación a la locura hasta, finalmente, asesinar al inquisidor del reino de Sicilia, Juan López de Cisneros. Sin embargo, el caso del hereje La Matina, envuelto en la oscuridad, distorsionado por la leyenda, nunca llegó a esclarecerse, pues jamás se supo el «pecado» por el que fray Diego fue condenado en sus inicios. Vivamente interesado por este caso, y «porque la Inquisición está lejos de haber dejado de existir en el mundo», Leonardo Sciascia examinó los documentos de la época para averiguar cuál fue la herejía de fray Diego. Tal vez, se plantea Sciascia, fray Diego fue un hombre avanzado a su tiempo, con una visión poco ortodoxa del Evangelio y que murió víctima de los efectos no deseados de la represión del Santo Oficio, que «lograba hacer de un hombre religioso un hombre absolutamente irreligioso, radicalmente ateo».
En solo treinta segundos tu vida puede convertirse en una pesadilla
Si hay algo peor que una pesadilla es que esa pesadilla se repita. Y entre nuestros peores sueños, los de todos, pocos producen más angustia que un niño desaparezca sin dejar rastro.
Eso es precisamente lo que ocurre al principio de esta novela: en un centro comercial, en medio del bullicio de una tarde de compras, un depredador acecha, eligiendo la presa que está a punto de arrebatar. Esas pocas líneas, esos minutos de espera, serán los últimos instantes de paz para los protagonistas de una historia a la que los calificativos comunes, «trepidante», «imposible de soltar», «sorprendente», le quedan cortos, muy cortos.
Porque lo que hace Carme Chaparro en No soy un monstruo, su primera novela, es llevar al límite a sus personajes y a sus lectores. Y ni ellos ni nosotros saldremos indemnes de esta prueba. Compruébenlo.
Salambó es una novela histórica de gran importancia para las letras universales por tratarse de un texto escrito a partir de una minuciosa investigación por parte de Flaubert. El relato se ubica en el siglo III en la llamada Guerra de los Mercenarios (en Cartago tras la primera Guerra Púnica) e incluye, para deleite de sus lectores, personajes como Salambó y Matho que son llevados por amores, traiciones, pérdidas, vacíos y los dolores propios de una historia cruel y violenta.
Carlos Palacio (Pala) es filólogo hispanista, médico y cantautor. Nueve álbumes musicales de estudio y cinco poemarios dan cuenta de su dedicación, por más de veinte años, al cultivo de la palabra escrita y cantada. Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Música del Ministerio de Cultura de Colombia, el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández, el Premio de Poesía Alcaldía de Medellín, la Orden al Mérito Artístico Don Juan del Corral del Concejo de Medellín y, con este poemario, el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza.
En los niños no ven féretros, ganador por unanimidad del Premio de Poesia Hiperión en su XXXVII, convocatoria, el autor, tras las postrimerías de la adolescencia, vuelve la vista atrás para evocar, con cuidada y siempre bien resuelta variedad formal, esa primera vida de la infancia, las primeras experiencias amorosas, la amistad, los primeros tanteos poéticos y el protector regazo familiar. Evocaciones y reflexiones que llenan de contenido unos poemas de línea clara y tono elegíaco, propios de una naciente conciencia de la caducidad.
ANA MERINO (Madrid, 1971) es catedrática en la Universidad de Iowa donde fundó el MFA de escritura creativa en español. Ha sido galardonada con los premios Adonáis y Fray Luis de León de poesía, y el Nadal de novela. Es además autora teatral y teórica de la historieta. En Visor ha publicado los libros Los días gemelos (1997), La voz de los relojes (2000), Juegos de niños (2003), Compañera de celda (2006), Curación (2010) y Los buenos propósitos (2015). En este nuevo libro, Ana Merino regresa salvando a las hormigas de su infancia mientras dibuja la poética de los cómics. El imaginario de sus versos se sumerge también en la fragilidad que nos rodea con sus aristas más destructivas. Sin embargo, la poeta es capaz de alimentar un secreto optimismo frente a la amargura de todo lo perdido. La energía de la literatura, el amor como sabiduría y esencia de intuiciones líricas iluminan la materia de esta conmovedora obra.