París, 1889. La ciudad se prepara para la gran Exposición Universal y la Argentina opulenta participa con un fastuoso pabellón al gusto francés, sin saber que en las inmediaciones un aventurero belga planea exhibir en una jaula, como animales salvajes, a un grupo de indios onas capturados en Tierra del Fuego, y presentarlos como «antropófagos patagónicos». Uno de ellos, el muchacho Kalapakte, logra huir y, deambulando a la sombra de la recién erigida Torre Eiffel, conoce al joven anarquista Karl, quien participó en su construcción. Juntos emprenden una particular odisea por Europa y las tierras americanas, un regreso repleto de aventuras y peligros que ponen en evidencia las miserias y contradicciones de un siglo que termina y otro que recién empieza.
En esta ocasión, Krauss nos habla de masculinidades más o menos cuestionadas y cuestionables, de la dicotomía entre la promesa de ternura y la amenaza de la violencia que encierra la figura del hombre, y la fina línea que separa ambas facetas.
Bellos, tersos y un punto melancólico, estos relatos ofrecen una imagen depurada y sin fisuras sobre la brecha emocional que separa a hombres y mujeres.
Frida Liu es una madre soltera de 39 años propensa a la ansiedad. En Filadelfia, donde vive, la denuncian por dejar a su hija sola durante un breve período de tiempo. Los Servicios de Protección Infantil del Estado, cada vez más empoderados, se llevan a su hija Harriet y ponen en vigilancia la casa de Frida. Despues de una serie de visitas supervisadas, un juez considera que Frida no es apta como madre, temporalmente.
Su única esperanza es seguir compartiendo la custodia de Harriet con su ex (y la cariñosa novia de el) y aprobar los exámenes impuestos por el nuevo y preciado programa gubernamental. Se trata de un programa interno de doce meses, una escuela situada en un campus universitario abandonado, que ha de ayudar a Frida (ya otras malas madres de todo el país) a convertirse de nuevo en madres aptas.
Javier Serena nos remite en La estación Baldía al ambiente de la inmediata posguerra civil, donde los rescoldos del drama humano son patentes en una sociedad rota por la guerra. La mezquindad humana, la necedad y la crueldad que poblaron la guerra, aparecen entreveradas de signos de humanidad y compasión capaces de rescatar la fe en el ser humano, dentro del gris mosaico de una sociedad desgarrada. La difícil vida de las mujeres en este tiempo y este lugar está personificada en la heroína de la novela, que encarna a toda una generación.
Últimas palabras en la Tierra cuenta el final de una historia. También el principio. La historia de un hombre al que llamaremos Ricardo Funes, aunque ese no sea su nombre verdadero. Las tres voces que repasan la existencia desesperada de este escritor, pocos años antes de su éxito y de su muerte temprana, nos adentran en las luces y sombras de una vocación imposible de abandonar. Su entrega visceral a la escritura y el ostracismo que sufrió hasta su reconocimiento tardío por parte de la crítica y los lectores hacen de Ricardo Funes un personaje fascinante que trasciende las fronteras entre realidad y ficción para convertirse en una criatura hecha de literatura.
El urogallo, el lagarto gigante de El Hierro, el lince ibérico, el desmán del Pirineo, la ballena vasca, el bucardo… Siguiendo el rastro de animales simbólicos aunque difíciles (o imposibles) de ver, se puede penetrar en la idiosincrasia de las poblaciones que los tienen como referencia. Este proyecto apunta a la geografía española para, a través de algunos animales tan emblemáticos como esquivos, adentrarse en la naturaleza más salvaje del país y en la relación que los españoles tienen con ella.