Siglo XVI. Una nueva desaparición. Dos gremios enfrentados. Unas mujeres dispuestas a imponer la única ley posible, la ley del valle.
Una lluviosa noche de 1577, el carbonero Domingo Harria sale de su caserío hacia la ferrería de Mirandaola, donde sus dueños, los Plazaola, lo están esperando. Asencia, su mujer, descubre a la mañana siguiente que Domingo no ha regresado a casa, y da la voz de alarma. No es la primera vez que alguien desaparece en el valle; tampoco será la última.
Tras varios días sin noticias, Asencia acude a la ferrería en busca de alguna pista sobre el paradero de su marido, pero, aunque allí le aseguran que Domingo nunca acudió a la cita, ella está convencida de que los Plazaola mienten. Su gremio nunca ha sido de fiar.
Años más tarde, cuando todo el valle parece haber olvidado a Domingo, salvo Asencia, aparece en su vida Jurdana, una joven de origen desconocido que no solo guarda un gran secreto, sino que huye de un pasado al que, tarde o temprano, deberá hacer frente. Solo espera no tener que hacerlo sola.
Centro de Boston, 24 de diciembre, un hombre camina desnudo con la cabeza decapitada de una joven. El doctor Jenkins, director del centro psiquiátrico de la ciudad, y Stella Hyden, agente de perfiles del FBI, se adentrarán en una investigación que pondrá en juego sus vidas, su concepción de la cordura y que los llevará hasta unos sucesos fortuitos ocurridos en el misterioso pueblo de Salt Lake diecisiete años atrás.
Con un estilo ágil lleno de referencias literarias -García Márquez, Auster, Orwell o Stephen King- e imágenes impactantes, Javier Castillo construye un thriller romántico narrado a tres tiempos que explora los límites del ser humano y rompe los esquemas del género de suspense.
Antonia Scott es especial. Muy especial.
No es policía ni criminalista. Nunca ha empuñado un arma ni llevado una placa, y, sin embargo, ha resuelto decenas de crímenes.
Pero hace un tiempo que Antonia no sale de su ático de Lavapiés. Las cosas que ha perdido le importan mucho más que las que esperan ahí fuera.
Tampoco recibe visitas. Por eso no le gusta nada, nada, cuando escucha unos pasos desconocidos subiendo las escaleras hasta el último piso.
Junio de 1960. Un temporal mantiene aisladas en la idílica isla de Utakos, frente a Corfú, a nueve personas alojadas en el pequeño hotel local. Nada hace presagiar lo que está a punto de ocurrir: Edith Mander, una discreta turista inglesa, aparece muerta en el pabellón de la playa. Lo que parece un suicidio revela indicios imperceptibles para cualquiera salvo para Hopalong Basil, un actor en decadencia que en otro tiempo encarnó en la pantalla al más célebre detective de todos los tiempos. Nadie como él, acostumbrado a aplicar en el cine las habilidades deductivas de Sherlock Holmes, puede desentrañar lo que de verdad esconde ese enigma clásico de habitación cerrada. En una isla de la que nadie puede salir y a la que nadie puede llegar, inevitablemente todos se acabarán convirtiendo en sospechosos en una fascinante novela-problema donde la literatura policial se mezcla de modo asombroso con la vida.
Cuando Penny Dahl contacta con Finders Keepers para que la ayuden a encontrar a su hija, algo en la voz desesperada de la mujer hace que Holly Gibney se vea obligada a aceptar el trabajo.
A poca distancia del lugar en el que Bonnie Dahl desapareció, viven los profesores Rodney y Emily Harris. Son la quintaesencia de la respetabilidad burguesa: un matrimonio octogenario y dedicado de academicos semiretirados. Nadie diría que, en el sótano de su impecable casa forrada de libros, esconden un secreto directamente relacionado con la desaparición de Bonnie.
Es difícil encontrar un observador tan agudo de su época como lo fue Truman Capote. Su increíble ojo para el detalle, ya fuera para describir a la alta sociedad neoyorquina o a los asesinos más despiadados de Kansas, lo convirtió en un maestro del reportaje y de la no ficción. Esta colección reúne, en orden cronológico, todos los ensayos del autor sobre personajes tan emblemáticos como Charlie Chaplin, Pablo Picasso, Elizabeth Taylor, Coco Chanel y Marcel Duchamp. Capote consiguió captar, dentro del ambiente refinado en el que se movía, la vulnerabilidad de los seres con los que trabó amistad: la infinita tristeza de Tennessee Williams, la peculiar relación entre Marilyn Monroe y Arthur Miller, la generosidad del bastardeado Ezra Pound, las andanzas de Marlon Brando en Japón. Honesta, divertida y también desgarradora, la escritura de Capote se vuelve más fresca con el paso de los años. Allí donde otros escritores son sepultados en el olvido, Capote se impone con más fuerza y viene a confirmarnos que fue uno de los más grandes cronistas del siglo XX.