Patty y Walter Berglund son miembros de una nueva y floreciente clase urbana, pioneros en la recuperación de un barrio degradado. Además de madre modélica y esposa perfecta, Patty es la vecina ideal, la que sabe dónde se reciclan las pilas y cómo escoger un colegio adecuado para los niños. Junto con su marido Walter, abogado ecologista y ferviente defensor de la bicicleta, aportan su grano de arena a la construcción de un mundo mejor.
Sin embargo, la llegada del nuevo milenio pone la vida de los Berglund patas arriba. Su hijo quinceañero se instala en casa de los vecinos republicanos, Walter acepta trabajar para una compañía minera, y Richard Katz, antiguo compañero de Walter, rockero extravagante y mujeriego empedernido, cobra un protagonismo insospechado en la pareja. Pero aún más desconcertante es la evolución de Patty, que de ser la figura más activa del barrio se ha transformado en una mujer ensimismada en la búsqueda de su propia felicidad.
Con una efectiva combinación de humor y tragedia, Franzen desgrana las tentaciones y las obligaciones que conlleva la libertad: los placeres de la pasión adolescente, los compromisos despreciados en la madurez, las consecuencias del anhelo desenfrenado de poder y riqueza que arrasa el país. Así, en los aciertos y errores de un grupo de personas que tratan de adaptarse a un mundo confuso y cambiante, Franzen ha pintado un cautivador retablo de nuestra época.
Un interesante ajuste de cuentas de Mario Conde con su vida y con sus ídolos literarios, pero también una punzante e inolvidable recreación del Hemingway ególatra y contradictorio, acorralado por sus recuerdos y remordimientos, en los días previos a su suicidio. En la memoria de Mario Conde todavía brilla el recuerdo de su visita a Cojímar de la mano de su abuelo. Aquella tarde de 1960, en el pequeño pueblo de pescadores, el niño tuvo la ocasión de ver a Hemingway en persona y, movido por una extraña fascinación, se atrevió a saludarlo. Cuarenta años más tarde, abandonado su cargo de teniente investigador en la policía de La Habana y dedicado a vender libros de segunda mano, Mario Conde se ve empujado a regresar a Finca Vigía, la casa museo de Hemingway en las afueras de La Habana, para enfrentarse a un extraño caso: en el jardín de la propiedad han sido descubiertos los restos de un hombre que, según la autopsia, murió hace cuarenta años de dos tiros en el pecho. Junto al cadáver aparecerá también una placa del FBI.
La inmortalidad: A partir del gesto encantador de una mujer, surge el personaje de Agnes, alrededor de la cual aparecerán su hermana Laura, su marido, Paul, y el mundo contemporáneo, que idolatra a la tecnología y la imagen. Y es que tal vez el hombre no sea sino su imagen, reflexiona Rubens, a quien sólo le quedan dos o tres fotografías mentales de la más excitante de sus amantes. Pronto, las aventuras de esos personajes imaginarios se mezclan con las de dos candidatos a la inmortalidad, Goethe y Bettina von Arnim, mientras la reflexión sobre el nacimiento del homo sentimentalis se alterna con las peripecias del singular profesor Avenarius.
«Este libro —nos dice Ernesto Sabato en su prólogo— está constituido por variaciones de un solo tema, tema que me ha obsesionado desde que escribo: ¿por qué, cómo y para qué se escriben ficciones?» No se responde a ello con una teoría formulada externamente como cuerpo de doctrina orgánico —aunque ciertamente sí lo sea, y con ejemplar rigor y lucidez, en lo profundo—, sino en una forma particularmente viva, al ritmo de los estímulos externos o interiores, en apuntes que —como señala Sabato— «tienen algo de "diario de un escritor" y se parecen más que nada a ese tipo de consideraciones que los escritores han hecho siempre en sus confidencias y en sus cartas».
Desde el breve trazo casi aforístico hasta el comentario más detenido —analítico o polémico— que de la actualidad remite a problemas imperecederos, El escritor y sus fantasmas —aparecido por primera vez en 1967, y que aquí se nos da en su edición definitiva— contiene un examen de las preocupaciones más características de Sabato ante la literatura de su tiempo y ante su propio oficio de escritor.
Un duro y bellísimo ajuste de cuentas de un hijo con la figura del padre.
¿Qué tienen en común una pintura china de hace 1.300 años, la poesía de Dylan Thomas, las investigaciones etnográficas de Lévi-Strauss, un célebre apunte de los diarios de Kafka y una escena de El fuego fatuo de Louis Malle?
La respuesta está en la habitación donde un hombre agoniza mientras su hijo, el escritor Ricardo Menéndez Salmón, busca en el último paisaje que su padre ha contemplado una revelación que quizá no exista.
No entres dócilmente en esa noche quieta es una ofrenda, una elegía y una expiación. Es también el intento por reconstruir una existencia que camina hacia la madurez, la de quien escribe, a través de una existencia que se agota sin remedio, la de quien le entregó la vida.
Bartleby, el escribiente es un magnífico y conmovedor relato, cuya lectura resulta inquietante, divertida y perturbadora. Su protagonista, un peculiar copista judicial que trabaja en un despacho de abogados en Nueva York, decide un buen día, para sorpresa de su jefe, negarse a seguir copiando con la famosa frase «preferiría no hacerlo». Aún hoy, la motivación de Bartleby sigue siendo un exquisito misterio literario, pero la determinación y la sosegada delicadeza con la que se atreve a decir «no» hará que pase a la posteridad como un hombre que eligió la libertad. Herman Melville creó así un personaje paradigmático que influyó notablemente en autores posteriores y que se ha convertido en referente en la historia de la literatura.