Tercer y último tomo de las Obras reunidas de Margo Glantz, incluye los libros de autores extranjeros que recorrieron la República Mexicana durante el siglo XIX, que son analizadas en su estructura narrativa y en su significado social y político, mostrando así la vida de una nación a través de su literatura.
Obra monumental donde las haya, El conde de Montecristo es la cumbre narrativa de Alexandre Dumas, así como el ejemplo mejor logrado del folletín literario gracias a una compleja trama llena de giros argumentales siempre sorprendentes.
Carismático y camaleónico, Edmond Dantès simboliza como nadie los cambios que vivió Francia durante la primera mitad del siglo XIX. Su descenso a los infiernos y su posterior resurgimiento nos deparan la historia definitiva sobre la sed de venganza y justicia. Pero este clásico atemporal va mucho más allá. En sus páginas vemos un poderoso canto a la lealtad y a la perseverancia, el retrato de un proceso irrepetible de aprendizaje y de superación personal, a la par que una de las novelas más influyentes en la cultura popular contemporánea.
En los tiempos de incertidumbre durante la guerra de Secesión en la década de 1860, cuatro hermanas no podrían ser más diferentes: por una parte, Meg, a quien le gusta hacer las cosas de forma racional y sensata; por otra, Jo, inconformista y con ambiciones de escritora; luego Beth, que amorosamente procura mantener a la familia unida, y Amy, una benjamina que en ocasiones se da demasiada importancia y exagera un poco su clase social. Mientras el padre lucha en la guerra, las cuatro muchachas aprenden a valerse por sí mismas con el apoyo de su madre y descubren que no siempre es fácil para las mujeres jóvenes conquistar un lugar en el mundo. Pero a pesar de los numerosos obstáculos, las hermanas aprenden a abrirse camino y, cada una a su manera, se convierten en personas adultas e independientes.
Por obras tan rotundas como El amante de Lady Chatterley o El arco iris, David Herbert Lawrence (1885-1930) no solo pasó a la historia de la literatura, sino que lo hizo como un provocador e incómodo crítico de la sociedad, pero también –y en ocasiones de forma injusta– como un autor erótico, decididamente obsceno al que había que leer a escondidas.
El conjunto de su narrativa breve, sin embargo, viene a demostrar que la literatura de Lawrence podía ser tan compleja y variada como lo fue su autor –poliédrico, dinámico, puro instinto, arrebato y pasión–, y despertar la admiración de autores como Ezra Pound, Ford Maddox Ford, E. M. Foster, Anthony Burgess o Aldous Huxley.
A finales de 1804, Napoleón y Wellington intentan cada uno de distinta forma de escapar de sus respectivas mujeres (Josefina y Kitty Pakenham respectivamente) y, curiosamente, ambos dirigen su mirada a la península Ibérica: Napoleón con el objetivo de poner a uno de sus hermanos al frente de un país en el que la política y la religión se han convertido en grandes campos de batalla entre aristocracia, clero y pueblo llano; Wellington, con la intención de huir del politiqueo de baja estofa que se ha adueñado de Londres y con el deseo de eclipsar la aureola que rodea al héroe del momento, el capitán Nelson.
Simon Scarrow ha puesto en pie uno de los ciclos históricos más apasionantes jamás escritos, entre cuyas virtudes se cuenta el ofrecernos una visión más clarificadora y exacta de las guerras napoleónicas que muchos tratados de historia.
Año 1892. Desengañado tras los sucesos de Sherlock Holmes y el legado de Moriarty, el detective de Baker Street dirige sus pasos hasta el Tíbet, donde emprende el camino de la iluminación siguiendo las enseñanzas del Dalái Lama. Una paz que se verá alterada cuando un misterio digno del mayor de los investigadores requiera de sus habilidades: la reaparición de un mal ancestral que acecha en las cimas inexploradas del Himalaya.