En un pasado lejano, no la llamábamos Hiroshima, sino Ashihara. Era un amplio delta cubierto de juncos». Así comienza la descripción que la escritora Ota Yoko hace del paisaje de su ciudad natal antes de que, el amanecer del 6 de agosto de 1945, la primera bomba atómica que descendía sobre el mundo lo cambiara para siempre. En un instante, un destello de luz verde azulada dejó tras de sí cientos de miles de muertos, una cifra superior de heridos, los edificios derruidos y la tierra quemada. Apenas unos días después, Japón resolvía su rendición absoluta: la guerra había terminado, pero, como remarca la autora, la vida continuaba.
Ciudad de cadáveres es el grito agónico de una víctima apremiada por la urgencia de plasmar por escrito la devastación, el horror, la desesperación y el caos de los que ha sido testigo.
Foster Wallace elabora en Algo supuestamente pertido que nunca volveré a hacer una postal gigantesca basada en su experiencia en un crucero de lujo por el Caribe. Lo que a primera vista parece ser un simple viaje «para relajarse», en manos de un humor delirante y un cinismo corrosivo acabará convirtiéndose en el horror más absoluto.
Foster Wallace reflexiona sobre la presión para relajarse y disfrutar y cómo las indulgencias del viaje le llevan a una introspección autoflagelante.
Al recién llegado David F. Wallace los agentes del Centro Regional de Examen de la Agencia Tributaria de Peoria, Illinois, le parecen de lo más normal. A medida que se adentra en la tediosa y repetitiva rutina de su trabajo, conocerá la magnífica variedad de personalidades que han sentido la llamada de hacienda. Su llegada coincide, además, con el recrudecimiento de fuerzas conspiratorias que pugnan por despojar el trabajo del rastro de humanidad y dignidad que todavía queda.
Relatos que ocupan un solo párrafo, escritos como un esquema o como una entrada de diccionario, transcripciones de entrevistas cuyas preguntas desconocemos, pero imaginamos, notas al pie de página que puntualizan (y a veces, desmienten) lo que dice el texto. Veintitrés relatos que diseccionan personajes estrambóticos y retratan distintas anomalías de la vida.
Los ocho relatos que componen Extinción forman un universo surrealista en el que conviven la realidad más prosaica con delirantes espirales de la conciencia humana.
En «El alma no es una forja» las fantasías que un niño imagina mientras su profesor cae en un delirio homicida le sirven para hablar de la angustiosa soledad de su padre. «Extinción» nos presenta a un matrimonio que visita una clínica del sueño para tratar los ronquidos del marido, en lo que resultará ser un doloroso retrato del desamor. «El canal del sufrimiento» explica los inimaginables prodigios anatómicos que permiten a un escultor crear cotizadas miniaturas, reflejando el absurdo y la profundidad de la creatividad artística.
Dos amigos de la infancia. Dos corazones rotos. Un viaje por carretera improvisado para huir de todo.
Hace años que vivo condenada a no ser más que una amiga para él.
Para los fans de Jasper Gervais, él es solo el jugador de hockey rompecorazones que sale en televisión. Sin embargo, para mí sigue siendo ese chico perdido con los ojos tristes y un corazón de oro: el hombre al que he amado en secreto durante años.
Así que, cuando mi vida se desmorona el día de mi boda, tiene sentido que sea él quien venga al rescate. Y cuando su mundo también se derrumba al su alrededor, yo estoy a su lado para devolverle el favor.