La novela de culto de los hackers.
En 1942, Lawrence Pritchard Waterhouse, genio matemático estadounidense, colaboró con otros especialistas en descifrar los códigos secretos de las potencias del Eje. Sesenta años más tarde, su nieto Randy, un brillante criptohacker, proyecta crear un paraíso de datos y el mayor exponente de la libertad informática: La Cripta.
Si las matemáticas de los primeros criptoanalistas se vieron sometidos a las necesidades de la Segunda Guerra Mundial, la Cripta está condicionada por las leyes y normas de las altas finanzas internacionales y la infotecnología.
Esta obra, con su ironía y amenidad, es a la criptología y la narrativa ciberpunk lo que El señor de los Anillos es a la magia y a la fantasía. Criptonomicón es un ciberthriller y el nuevo libro de culto de los hackers.
Un domingo de primavera, en un antiguo monasterio de Varsovia, se celebra una terapia de grupo. La tranquilidad dura poco tiempo ya que uno de los participantes aparece muerto con un asador clavado en el ojo.
El fiscal Teodor Szacki asume las riendas de este «Caso Telak», que casi acabará por superarlo y que lo distraerá de la rutina de su trabajo, de las noticias de Varsovia y del mundo y de su monótono matrimonio. La mecánica de la terapia «de constelaciones» es el punto de partida: ¿puede alguno de los participantes haber caído preso de su propia ficción?
Un libro profundo que levanta eternas preguntas de la humanidad: ¿quiénes somos?, ¿cuál es el significado de la vida?, ¿está determinado nuestro destino? Por Jostein Gaarder, autor de El mundo de Sofía.
Hans Thomas, un muchacho noruego de 12 años, emprende un viaje hacia Atenas en busca de la madre que le abandonó. El azar hace que se detenga en Dorf, un pueblo donde un viejo panadero regala al joven un libro diminuto.
A partir de ese momento, el muchacho inicia otro viaje paralelo: el de la imaginación. Sabrá de Frode, un marinero que naufragó y sobrevivió en una isla desierta, de su baraja de naipes y de cómo combatió su soledad haciendo que cada una de las 53 cartas tuviera vida propia. A Hans Thomas le surgirá una pregunta: ¿hasta qué punto podemos nosotros, a diferencia de los naipes, determinar nuestro destino?