Asaemon Hikura, maestro rastreador del clan Sugawara, es reclamado para investigar la desaparición de cinco mujeres en una aldea alejada de la capital. Los lugareños culpan de la desgracia a una criatura sobrenatural que, dicen, habita la montaña, pero Asaemon sabe bien que no existe demonio más cruel que aquel que vive entre nosotros. Acompañado de Yumiko, una joven cazadora local que le servirá de guía y confidente, el samurái se lanzará a una búsqueda desesperada.
En la misma región, Nanami, hija de un forjador de katanas, trata de ocultar su romance con el joven samurái que administra su aldea. Una relación que contraviene la ley y la voluntad de sus padres. Cuando la guerra llama a sus puertas, Nanami se ve obligada a elegir entre la lealtad hacia su familia y la persona a la que se sabe unida por el karma. Su decisión influirá de forma insospechada en el destino de las cinco jóvenes desaparecidas.
¿Podrá Valentina dejarse llevar por el corazón y aceptar el amor al que siempre se ha resistido?
Valentina lleva un vestido blanco con mucho tul y zapatos azules. Pablo la espera en el altar y, mientras camina hacia él, los invitados suspiran, un cuarteto de cuerda toca My Girl y pequeñas motas de purpurina caen del cielo.
Bonito, ¿no? Pero lamento decirte que solo se trata de una de sus fantasías, porque la triste realidad es que Pablo ya no la quiere y que será Adela la que muy pronto camine hacia él para jurarle amor eterno. Por si esto no fuera poco, Valentina tendrá que asistir a la boda, y por si no te parece lo bastante humillante, ha prometido que lo hará acompañada de su nuevo y flamante novio. Aunque si pensabas que ninguna desdicha podía superar a estas, déjame que te confiese que todo es pura invención y que está sola, triste y muy lejos de enamorarse. ¿O quizá no? Puede que el amor la esté esperando a la vuelta de la esquina y aún no lo sepa.
En enero de 1909, una estafa realizada por un tal Henri Lemoine contra la compañía De Beers dedicada a la explotación de minas de diamantes acabó adquiriendo notoriedad mundial.
Marcel Proust, cuyo estilo ya se estaba perfilando en los primeros esbozos de la Busca del tiempo perdido, tomó este caso para describirlo a la manera de Balzac, Flaubert, Renan, Michelet o Saint-Simon, recurriendo, con ello, “a plena conciencia, a la parodia”, con la idea de evitar “malgastar el resto de nuestras vidas escribiendo parodias involuntarias”, o leyéndolas.