En la campiña holandesa, en un pueblo donde nunca pasa ni nadie, un veterinario rural cumple con otra visita rutinaria a la granja vecina. Es el inicio de un verano asfixiante en el que corren rumores de una enfermedad bovina que se extiende por la zona, pero él solo tiene ojos para la hija pequeña del ganadero, que pasa los días de vacaciones jugando en la casa familiar. Nadie sospecharía lo mucho que ambos pueden tener en común, la sensibilidad y el dolor que conecta sus destinos. Nadie excepto él, que sabe que, desde ese momento, su vida solo existe a su lado.
Hay grandes historias en la literatura, igual que hay grandes voces. Rijneveld pone la suya, que ya le valió el Booker International con su primer libro La inquietud de la noche, al servicio de una de estas: la reinterpretación de Lolita, la historia que definió qué consideramos amor.
Saoirse Clarke tiene diecisiete años y no cree en el amor. No está buscando una relación pero cuando conoce a la irresistible Ruby todo salta por los aires… más o menos. Porque Ruby le propone pasar el verano teniendo las típicas citas de las películas de amor pero sin comprometerse: al final del verano, cada una seguirá su camino. Ni rupturas ni corazones rotos. Ese sería un plan perfecto si no se hubieran olvidado de que al final de las películas los dos personajes se han enamorado de verdad.
Li Lan, hija de una familia de buena reputación pero escaso patrimonio, recibe una inusual propuesta de la rica y poderosa familia Lim. Quieren que se convierta en la novia fantasma del único hijo de los Lim, que murió bajo extrañas circunstancias. Raramente practicados, los matrimonios fantasma, según la tradición, servían para aplacar a los espíritus. La unión le garantizaría a Li Lan una casa para el resto de sus días, pero el precio a pagar sería terrible. Tras una visita a la opulenta mansión Lim, una serie de sueños acecharán a la joven y poco a poco descubrirá los oscuros secretos de su nueva familia.