Friedrich Schiller comenzó a escribir "Los bandidos" cuando apenas tenía diecisiete años y era alumno de la Academia Superior Militar. Esta institución, máxima expresión de un absolutismo ilustrado en su versión más represiva, acogía en su seno a los jóvenes más capacitados del reino, rigurosamente seleccionados para ser formados en carreras técnicas y administrativas, con el fin de crear una reserva de talentos destinados a trabajar en los más altos puestos del estado. Los incidentes que se produjeron durante el estreno de la obra y la insostenible situación que le creo al autor llevaron a Schiller a dar el amargo paso del autoexilio y abocaron, sin embargo, a "Los bandidos" a una carrera teatral imparable. "Los bandidos" se inscribe en las tendencias dramatúrgicas de la Ilustración y del "Sturm und Drang", con un lenguaje provocativo y en ocasiones soez. Pero también tiene muchos rasgos extemporáneos que están en claro contraste con esas dos tendencias: la falta de naturalidad y espontaneidad, el patetismo que a veces roza el ridículo, rasgos escénicos regresivos que combinados con las más radicales manifestaciones fundamentan y configuran el rango extraordinario de esta historia de dos hermanos enemigos y antagónicos, unidos, sin embargo, por el enfrentamiento con el padre.
El padre de Lucy Gayheart, relojero y director de la banda municipal del pueblo de Haverford, ha costeado con ilusión y esfuerzo la educación musical de su hija en Chicago. Ésta es una joven sensible, impulsiva y brillante que empieza a ganarse la vida dando clases de piano. Un día le surge la oportunidad de acompañar al famoso barítono Clement Sebastian, un hombre mucho mayor que ella y algo cansado de la vida, pero a quien el contacto con la juventud parece traer una nueva y melancólica primavera. La diferencia de edad y posición, y sobre todo de experiencia, no impide a Lucy aferrarse a una «promesa luminosa» que está convencida de que acabará haciéndose realidad… aunque para ello tenga que renunciar a Harry Gordon, el «gran hombre del Oeste» que ha sido su pretendiente desde la infancia. «A algunas personas les afecta lo que sucede con su vida o con sus propiedades, mientras que para otras es el destino lo que se cruza en sus sentimientos y en sus pensamientos… el destino y nada más»: estas palabras condensan el clima de Lucy Gayheart (1935), una de las últimas novelas de Willa Cather. En ella sus grandes temas –la oposición entre valores rústicos y urbanos, la tragedia que acecha a la inocencia, el arte como conflictiva forma de elevación– se conjugan en una depurada historia de amor escrita con el sello de la madurez.
Baltasar Gracián reúne en esta obra 300 aforismos e ideas sobre la conducta humana presentes en sus obras, a las que añade comentarios explicativos no menos valiosos.
El autor, conocido por su conceptismo propenso a juegos de palabras y sentidos, tiende a sintetizar y «oscurecer», pues está convencido de que así el lector aprovechará más su mensaje.
Esto, que puede convertir en difíciles algunos textos, les concede, al mismo tiempo, una belleza poco común y les permite conservar su vigencia y utilidad práctica. Hasta tal punto, que desde la década de los noventa este libro es un éxito de ventas en muchos países, en donde se presenta como manual de instrucciones y consejero «sobre cómo llevar una vida de éxito, pero responsable, en una sociedad gobernada por el egoísmo».
«Lo bueno, si breve, dos veces bueno.»
Lavretski, el heroe de esta novela, ha tenido una educación singular: su padre, un noble terrateniente que se fugó y casó con una sirvienta, y luego la dejó en Rusia para vivir "la vida alegre" de Europa, quiso hacer de el "no solo un hombre, sino un espartano". Ya mayor, y despues de una "boda por amor" y del correspondiente periplo europeo, vuelve a Rusia cabizbajo, separado de su mujer (que le engañaba) y expuesto al ridículo… pero con la firme convicción de emprender reformas y cuidar la tierra. Nido de nobles (1859) es una hermosa y melancólica novela sobre la persistencia del deseo, testimonio de una generación perdida en la Rusia del momento, una generación que solo podía levantarse "en medio de la oscuridad".
Nora Mackenzie’s entire career lies in the hands of famous NFL tight end Derek Pender, who also happens to be her extremely hot college ex-boyfriend. Nora didn’t end things as gracefully as she could have back then, and now it has come back to haunt her. Derek is her first client as an official full-time sports agent and he’s holding a grudge.
Derek has set his sights on a little friendly revenge. If Nora Mackenzie, the first girl to ever break his heart, wants to be his agent, oh, he’ll let her be his agent. The plan is simple: make Nora’s life absolutely miserable. But if Derek knows anything about the woman he once loved—she won’t quit easily.
On 28th January 1742, a ramshackle vessel of patched-together wood and cloth washed up on the coast of Brazil. Inside were thirty emaciated men, barely alive, and they had an extraordinary tale to tell. They were survivors of His Majesty’s ship The Wager, a British vessel that had left England in 1740 on a secret mission during an imperial war with Spain. While chasing a Spanish treasure-filled galleon, The Wager was wrecked on a desolate island off the coast of Patagonia. The crew, marooned for months and facing starvation, built the flimsy craft and sailed for more than a hundred days, traversing 2,500 miles of storm-wracked seas. They were greeted as heroes.
Then, six months later, another, even more decrepit, craft landed on the coast of Chile. This boat contained just three castaways and they had a very different story to tell. The thirty sailors who landed in Brazil were not heroes – they were mutineers. The first group responded with counter-charges of their own, of a tyrannical and murderous captain and his henchmen. While stranded on the island the crew had fallen into anarchy, with warring factions fighting for dominion over the barren wilderness. As accusations of treachery and murder flew, the Admiralty convened a court martial to determine who was telling the truth. The stakes were life-and-death—for whomever the court found guilty could hang.