Carolina del Sur, 1964. Lily Owens es una joven de catorce años cuya vida ha girado alrededor de un padre que no la cuida y que la responsabiliza de la misteriosa muerte de su madre. Cuando su niñera Rosaleen, una mujer negra, orgullosa y sin miedo, es encarcelada por defender su recién adquirido derecho al voto frente a los racistas, Lily decide que ambas deben ser libres. Escapan a Tiburón, Carolina del Sur, un pueblo que guarda el secreto del pasado de su madre, y en el que serán alojadas por un excéntrico trío de hermanas apicultoras, que introducirán a Lily en el fascinante mundo de las abejas y la miel.
Cuando su marido huye con su amante para abrir una granja de cocodrilos en Kenia, la vida de Joséphine Cortès se derrumba. Mientras tanto, su hermana Iris, que parece tenerlo todo, sueña con devolverle el sentido a su vida. Y cuando durante una cena Iris se encuentra con un editor famoso, parece que ha encontrado su oportunidad.
Tras mucha persuasión, logra convencerlo para que le publique una novela... pero hay un problema: Iris no tiene nada escrito. Así que le ofrece a su hermana un trato: Joséphine escribirá la novela y se embolsará las ganancias, pero el libro se publicará bajo el nombre de Iris. Y todo va bien... hasta que la novela se convierte en el mayor best seller de la temporada.
Ha pasado un año desde que el ex detective de la policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista.
Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín y ese es un reto al que es imposible resistirse. Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi.
Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas llevadas por un sádico...
Antonio José Bolívar Proaño vive en El Idilio, un pueblo remoto en la región amazónica de los indios shuar; con ellos aprendió a conocer la selva y a respetar a los animales y a los indígenas que la pueblan, pero también a cazar el temible tigrillo. Un día decidió leer las novelas de amor que dos veces al año le lleva el dentista Rubicundo Loachamín. Con ellas se aleja de la estupidez de esos forasteros que creen dominar la selva porque van armados pero que no saben cómo enfrentarse a una fiera enloquecida: de eso se ocupará el viejo Bolívar Proaño.
Cuando estamos en medio de la fiesta y han cortado el pastel, en lo más alto, pienso en que este momento no va a durarnos nada. Mientras el anfitrión reparte platos de una tarta grandísima, yo me detengo. Y miro a cada niño, a cada padre, y me veo a mí: nos veo, papá, nos veo. Me detengo a pensar en que hace un rato estábamos soplando tranquilos a las velas y ya nadie se acuerda, supongo que era esto el carpe diem. Otra parte de mí, como un desdoblamiento, me insiste en agarrar mi trozo de tarta y no pensar, entonces cojo la cuchara y muerdo un pedazo y cuando me doy cuenta han pasado diez años y escribo este poema.
La tarde del 12 de agosto de 1979, los hermanos Nicolás y Hugo y la pequeña Blanca desaparecen en una localidad del Baixo Miño. La niña es encontrada a la mañana siguiente dentro de una cesta de mimbre en la orilla opuesta del río sin recordar nada de lo ocurrido. Pese a la intensa búsqueda, los cuerpos de los dos niños nunca aparecen.
Veinticinco años después el hallazgo de unos restos óseos en un yacimiento arqueológico apunta a que se trata de los dos hermanos desaparecidos. A partir de entonces, Blanca y el periodista Lois Lobo inician una compleja búsqueda para descubrir qué sucedió a través de los caminos engañosos de la memoria y de los tabúes de una sociedad hermética acostumbrada a que los trapos sucios se laven en casa.