«En el siglo XX, en Europa», dice el narrador, «no queda lugar para tierras misteriosas ni anacrónicas aventuras robinsonianas…» Pero un joven seminarista, excelente traductor del griego y del latín, y absoluto ignorante de los códigos del mundo, se ve compelido a protagonizar una extraña peripecia…En El año de Gracia se reúnen muchos de los elementos de la novela clásica del género ―tempestades, naufragios, una isla desierta e, incluso, un especialísimo y ocurrente salvaje…― pasados por el tamiz peculiar al mundo onírico de la autora.
Esta antología, que recoge biografías y poemas de los ganadores de las veinticinco primeras convocatorias del Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, ha sido reunida y se publica por iniciativa del Ayuntamiento de la granadina localidad de Albolote, que durante un cuarto de siglo viene promoviendo este Premio, ampliamente prestigiado por el acierto en la elección de los poetas que lo han obtenido en su primera juventud, cuyas notables trayectorias posteriores ha puesto en marcha y propiciado.
Estos poemas los encontró Inmaculada Pelegrín (Lorca, 1969) una mañana de enero en un lugar llamado Farrera con vistas al Alto Pirineo. Por esta circunstancia no debe extrañar que, al leerlos, huelan a hierba y a pan de centeno o se escuche, de fondo, bramar un cabirol. Fue imprescindible, para que ocurriera, que estuviesen por allí Fernando Carreter, conductor de diligencias; su hijo Saúl, descifrador de contraseñas; y Tito Pedro, un ermitaño sabio que los acogió en su eschatia. Aunque debatieron mucho sobre el tema, ninguno se atreve a afirmar si cuando decimos la teoría de las cosas nos estamos refiriendo a que nosotros tenemos una teoría sobre las cosas o a que las cosas tienen su propia teoría sobre el mundo.
Este es un libro sobre el ayer perdido vuelto a recuperar con las palabras. La nostalgia de la patria lejana divisada en las brumas de la memoria. Los pasos extranjeros del muchacho nicaragüense que escribe, ensayando su destierro desde niño. Y los pasos perdidos de los exiliados en las calles y plazas ajenas, cargando con su miseria y sus penas. Nómadas, inmigrantes ilegales. Nadies. Expatriados, desterrados, la garra de la lejanía clavada en el corazón. La lenta prisa del que camina en dirección opuesta. La búsqueda sin fin de la identidad perdida, las huellas dactilares borradas de las manos de la madre por la lejía. La carga de los recuerdos que no alivia sino la escritura cuando se toca fondo. ¿Cómo nombrar lo que no tiene nombre? De esta manera, con la poesía, tocando fondo.
Año 2.000 a. de C., Egipto, lugar en el que la muerte da sentido a la vida. A los pies de un acantilado se encuentra el cuerpo destrozado y retorcido de Nofret, la concubina del sacerdote de Tebas, Imhotep. Joven, hermosa y de lengua viperina, la mayoría estaría de acuerdo en que ha sido el destino: ¡merecía morir como una víbora!
Desde ese instante una maldición parece cernirse sobre los miembros de la familia de Imhotep, víctima de una serie de asesinatos. Pero Renisenb, la única hija de Imhotep, su sabia abuela y el escriba del clan sospechan que detrás de las muertes no se encuentra el espíritu de la concubina que ha vuelto para vengarse, sino un asesino bastante más terrenal.