El quebrantahuesos omite la carne lo suyo es el hueso el puro hueso, es el estercolero de su especie, lo sabe y eso no lo inquieta. Está en la cima a su manera como a la muerte poco le vale la bullente variedad de las formas sabe que en todo animal se oculta la médula el hueso y acecha.
Lo que no vi se hará palabra por palabra tímido tremor entre los versos. Lo que no sentí se hará número en la estrofa: el nudo ligero de tus manos el sitio de delicias escondido donde el tobillo ataja el cuerpo el lugar más oscuro de los muslos la dulce dureza de tus nubes. Dos minutos quedan decías de salida Ernesto en las quebradas. Como los primeros fuiste el último sudor, niño, pájaro de vuelta. Buscaré en mi boca, lejos el azoro de tu humedad multiplicante cuando esté seca buscaré, la noche ya llegada la apurada claridad de tu simiente.
Con marcados rasgos autobiográficos, Klaus Mann nos presenta en El volcán la desgarradora imagen de un grupo de exiliados del régimen nazi. Estructurada a partir de las vivencias de una pareja de homosexuales, uno de los cuales se identifica habitualmente con el propio autor, los protagonistas se convierten, además, en portavoces de los movimientos culturales e ideológicos de su tiempo: el surrealismo, el humanismo liberal y católico, el esteticismo, el antifascismo idealista y militante y, con todo ello, quizá sea ésta la gran novela europea sobre el destierro, sobre el vacío al que el exilio lanza a sus víctimas un espacio en el que el paso del tiempo es sustituido por la disolución de la propia identidad, que queda en suspenso.