Corre el año 1892. Argentina es una nación joven, pero se encuentra entre las más pujantes y desarrolladas del mundo. Dos misteriosos agentes de la policía federal llegan al pueblo de Quequén, en la costa atlántica, para ayudar a resolver un crimen. Dos niños han sido degollados y su madre, viva, aunque en estado catatónico, es la única testigo del hecho.
Uno de los agentes es Juan Vucetich, un inmigrante de origen croata que trae un método innovador: la dactiloscopia, una disciplina que permite identificar inequívocamente a una persona por el relieve único de las crestas capilares de los dedos de la mano. Si lograran resolver un crimen tan horroroso gracias a este procedimiento, Argentina tomaría la delantera geopolítica con un logro revolucionario para la administración de los países.
En concreto, la voz y las teclas de la máquina de la persona que está escribiendo esta novela. Ella sabe que es un personaje de novela y, por suerte, la novela es fascinante, divertidísima y profunda. Aunque a veces intentará cambiarla. Sus compañeros de historia son alucinantes. Por ejemplo, Laurence, su pareja, tiene una abuela encantadora y aparentemente inofensiva. Pero descubre que ella y una banda de espías podrían estar traficando con diamantes escondidos dentro del pan.
Estas novelas "huérfanas" -como mascullaba en sus diarios el autor- fraguan la epopeya conocida como Los Años Setenta con destellos de la materia más cotidiana y perenne: el goce de ser una víctima y llorar lágrimas de cocodrilo; la pasión del cash, nunca tan intensa como cuando el dinero se esfuma en los vértigos de la inflación, el juego o el despilfarro; el pelo como ícono frívolo-político, lacio-burgués o afro-revolucionario, y cierta peluca célebre por participar del secuestro que inauguró la década en cuya órbita legendaria, nos guste o no, seguimos moviéndonos.
Reunidas por primera vez en un solo volumen, Historia del llanto, Historia del pelo e Historia del dinero narran cómo se forma una sensibilidad al calor de un puñado de pasajes decisivos: del colegio privado a la solidaridad socialista; de la novela familiar a la intemperie del mundo social; de la ilusión amorosa al desencanto; del culto de la imagen al duelo; de la ostentación y la opulencia a una bancarrota que es mucho más que financiera.
Lúcido hasta el extravío, Pauls dirige su haz de luz directo a los ojos de quien lee para que en la ceguera aprecie la materia risible de la que se nutre toda experiencia humana. La singular. Y la política.