«La voz garciamarquiana alcanza aquí un nivel en el que resulta a la vez clásica y coloquial, opalescente y pura, capaz de alabar y maldecir, de reír y llorar, de fabular y cantar, de despegar y volar cuando es necesario.»
Thomas Pynchcn, The New York Times
La historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, en el escenario de un pueblecito portuario del Caribe y a lo largo de más de sesenta años, podría parecer un melodrama de amantes contrariados que al final vencen por la gracia del tiempo y la fuerza de sus propios sentimientos, ya que García Márquez se complace en utilizar los más clásicos recursos de los folletines tradicionales. Pero este tiempo -por una vez sucesivo, y no circular-, este escenario y estos personajes son como una mezcla tropical de plantas y arcillas que la mano del maestro modela y fantasea a su placer, para al final ir a desembocar en los territorios del mito y la leyenda. Los zumos, olores y sabores del trópico alimentan una prosa alucinatoria que en esta ocasión llega al puerto oscilante del final feliz.
Nadie, al finalizar la lectura de El ángulo del horror, podrá estar seguro de no encontrarse con que los objetos más habituales, la casa natal, los familiares o amigos han cobrado una apariencia insospechada. Y es que desde la primera línea entramos en un mundo en el que la quietud, el desconcierto, las extrañezas de la vida cotidiana y a ratos un aparente disparate conspiran para dejarnos entrever oscuros mecanismos del alma. Aunque, ¿tiene algo de anormal que a Marcos le guste deambular desnudo por casa arrancando los más tétricos sonidos a su querido helicón ? ¿Parece raro que un niño se crea, por error, el único destinatario del legado del abuelo ? ¿Acaso el clima de tensa expectación que se crea cuando Carlos descubre el terrible ángulo no recuerda algo ya vivido por cualquiera ? Y ¿quién no ha sentido la exasperación de la Flor de España, agobiada por la conversación trivial de una mujer obsesiva ? Nada es alucinación, todo es real. Pero algo se quiebra irremediablemente en algún lugar.
Milan Kundera se sirve a la vez de una novela francesa del siglo XVIII y de una excursión que a él y a su mujer se les antoja hacer a un castillo de Francia convertido en hotel, para ir dando vida a una serie de personajes del pasado y del presente que terminan coincidiendo en un congreso de entomólogos que se celebra en sus salones. Personajes e historias de ayer y de hoy van entrelazándose de tal manera que a nadie sorprendera, por ejemplo, que un hombre enfundado en un casco de motociclista, azorado e impaciente, se aleje en su moto a toda velocidad, mientras otro, con una peluca blanca, adormilado y ensimismado, se sube a una calesa que parece salida de una estampa del pasado : el primero desea sin duda dejar algo tras de sí a toda prisa ; el segundo, en cambio, parece disponerse a rememorar, al paso lento del caballo, la noche que acaba de pasar con la intrigante y seductora Madame de T.