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ASTILLAS

Cuando su hija tenía poco más de un año, Leslie Jamison y su marido se separaron. Astillas es la disección afilada del desmoronamiento de ese matrimonio, y de la irrupción explosiva de una crianza en solitario. Es eso, y, al mismo tiempo, muchísimo más. Porque en el doloroso punto en el que confluyen la maternidad y el divorcio, la autora nos ofrece una exploración implacable y conmovedora del amor en sus múltiples y a menudo imperfectas formas. Tras el éxito de sus celebrados ensayos El anzuelo del diablo, La huella de los días y Gritar, arder, sofocar las llamas, Leslie Jamison vuelve con su obra más personal hasta la fecha: el relato de la reconstrucción de una vida tras el fin de un matrimonio. Acostumbrada a lidiar con material sensible —excavando en su propia psique e indagando en nuestras preguntas más incontestables—, se adentra ahora en un terreno nuevo para poner su incomparable capacidad de percepción a analizar sus vínculos más íntimos: los que tiene con su hija, su ahora exmarido y sus padres, de los que ha heredado un complejo patrón sentimental. Con una valentía extraordinaria, Jamison examina sus vulnerabilidades, contradicciones e intentos por encajar en un mundo donde las narrativas familiares se han hecho pedazos. Desde sus vivencias como «hija del divorcio» hasta las precarias conexiones que establece después del suyo propio, la autora se adentra en la complejidad de las relaciones modernas para transitar el fracaso amoroso y la búsqueda tenaz de una nueva identidad como mujer. Aunando lo emocional con lo intelectual, a través de la experiencia propia pero también de reflexiones profundas sobre la naturaleza del compromiso y las expectativas impuestas y autoimpuestas de la feminidad, Leslie Jamison rinde en Astillas un homenaje al amor y al fracaso perpetuo, así como a la dignidad que surge del intento incesante de salir adelante.
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EL EMPERADOR DE LA ALEGRIA

Es verano en Alegría Este, un rincón de Nueva Inglaterra en el que el tiempo parece haberse detenido y los espíritus del pasado se pasean entre coches abandonados. Alegría se alza sobre una costra de tierra a lo largo del río Connecticut; sobre el río se alza un puente de carga que lleva el nombre del jefe wampanoag que lideró una rebelión para recuperar su territorio de manos de los puritanos; y sobre el puente se alza Hai, de diecinueve años, pasando una pierna sobre la barandilla tras haber decidido lanzarse desde treinta metros de altura. Y entonces, de repente, algo interrumpe lo que parecía inevitable: una voz al otro lado del río. Es Grazina, una anciana atrapada en los laberintos de la memoria, con recuerdos de una guerra lejana y de su Lituania natal. En un microcosmos de pérdidas y sueños rotos, entre las calles polvorientas y los paisajes melancólicos de Alegría Este, ambos construirán un refugio efímero contra el desorden del mundo. En ese pasado laberíntico y difuminado de Grazina, Hai se convertirá en el sargento Pepper, personaje de una guerra imaginaria que les permitirá navegar juntos las turbulencias de la extrañeza. Unidos por una existencia vivida en los márgenes de lo social, se forjará entre esa dupla improbable un vínculo basado en la empatía y el reconocimiento; una relación tejida entre confusiones y momentos de lucidez que se convertirá en un viaje inesperado hacia una segunda oportunidad.
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LA MALA HORA (BOL)

Al pueblo ha llegado «la mala hora» de los campesinos, la hora de la desgracia. La comarca ha sido «pacificada» después de tanta guerra civil. Han ganado los conservadores, que se dedican a perseguir cruel y pertinazmente a sus adversarios liberales. Al alba de una mañana, mientras el padre Ángel se dispone a celebrar la misa, suena un disparo en el pueblo. Un comerciante de ganado, advertido de la infidelidad de su mujer por un pasquín pegado a la puerta de su casa, acaba de matar al presunto amante de ésta. Es uno más de los pasquines anónimos clavados en las puertas de las casas, que no son panfletos políticos, sino simples denuncias sobre la vida privada de los ciudadanos. Pero no revelan nada que no se supieran de antemano: son los viejos rumores que ahora se han hecho públicos, y a partir de ellos estalla la violencia subyacente a la luz tórrida, espesa, cansada y pegajosa, en una serie de escenas encadenadas de inolvidable belleza. «El padre Ángel se incorporó con un esfuerzo solemne. Se frotó los párpados con los huesos de las manos, apartó el mosquitero de punto y permaneció sentado en la estera pelada, pensativo un instante, el tiempo indispensable para darse cuenta de que estaba vivo, y para recordar la fecha y su correspondencia en el santoral. "Martes, 4 de octubre", pensó; y dijo en voz baja: "San Francisco de Asís".» Emir Rodríguez Monegal dijo...«En La mala hora García Márquez no sólo aporta su maestría sino una capacidad de superar el realismo por la vía de una exasperación de las situaciones y de una discreta alegorización de los motivos esenciales de la novela.»
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