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EL SI DE LAS NIÑAS

El dramaturgo español Leandro Fernpandez de Moratín está considerado el creador de la comedia neoclásica. En un momento de su vida se vio en la tesitura de elegir entre el grupo de los que brindaban su apoyo a la Monarquía española, cuyas ideas no compartía, o simpatizar con el bando francés, que le auguraba un panorama de progreso y una esperanza de estabilidad que anhelaba y no creía poder alcanzar de otra manera. Como muchos otros españoles, se convirtió en un afrancesado, y tuvo que sufrir posteriormente las consecuencias de esta decisión. Fue un reformista que creía que los cambios moderados podían tornar una situación injusta en otra más justa y racional, sin necesidad de acudir a actos subversivos o violentos contra la autoridad establecida. Su éxito consiste en saber ofrecer al público obras cómicas de acuerdo a sus gustos, siempre dentro de la concepción neoclásica, dotando a la acción de un contenido moral basado en los valores imperantes en la época que le tocó vivir.
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CORSARIOS DE LEVANTE (ALATRISTE 6)(BOL)

«Durante casi dos años serví con el capitán Alatriste en las galeras de Nápoles. Por eso hablaré ahora de escaramuzas, corsarios, abordajes, matanzas y saqueos. Así conocerán vuestras mercedes el modo en que el nombre de mi patria era respetado, temido y odiado también en los mares de Levante. Contaré que el diablo no tiene color, ni nación, ni bandera; y cómo, para crear el infierno en el mar o en la tierra, no eran menester más que un español y el filo de una espada. En eso, como en casi todo, mejor nos habría ido haciendo lo que en otros, más atentos a la prosperidad que a la reputación, abriéndonos al mundo que habíamos descubierto y ensanchado, en vez de enrocarnos en las sotanas de los confesores reales, los privilegios de sangre, la poca afición al trabajo, la cruz y la espada, mientras se nos pudrían la inteligencia, la patria y el alma. Pero nadie nos permitió elegir. Al menos, para pasmo de la Historia, supimos cobrárselo caro al mundo, acuchillándolo hasta que no quedamos uno en pie. Dirán vuestras mercedes que ése es magro consuelo, y tienen razón. Pero nos limitábamos a hacer nuestro oficio sin entender de gobiernos, filosofías ni teologías. Pardiez. Éramos soldados.»
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EL CABALLERO DEL JUBON AMARILLO (BOL)(5)

«Don Francisco de Quevedo me dirigió una mirada que interpreté como era debido, pues fui detrás del capitán Alatriste. Avísame si hay problemas, habían dicho sus ojos tras los lentes quevedescos. Dos aceros hacen más papel que uno. Y así, consciente de mi responsabilidad, acomodé la daga de misericordia que llevaba atravesada al cinto y fui en pos de mi amo, discreto como un ratón, confiando en que esta vez pudiéramos terminar la comedia sin estocadas y en paz, pues habría sido bellaca afrenta estropearle el estreno a Tirso de Molina. Yo estaba lejos de imaginar hasta qué punto la bellísima actriz María de Castro iba a complicar mi vida y la del capitán, poniéndonos a ambos en gravísimo peligro; por no hablar de la corona del rey Felipe IV, que esos dáis anduvo literalmente al filo de una espada. Todo lo cual me propongo contar en esta nueva aventura, probando así que no hay locura a la que el hombre no llegue, abismo al que no se asome, y lance que el diablo no aproveche cuando hay mujer hermosa de por medio.»
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EL ORO DEL REY(ALATRISTE 4) (BOL)

Sevilla, 1626. A su regreso de Flandes, donde han participado en el asedio y rendición de Breda, el capitán Alatriste y el joven mochilero Íñigo Balboa reciben el encargo de reclutar a un pintoresco grupo de bravos espadachines para una peligrosa misión, relacionada con el contrabando del oro que los galeones españoles traen de las Indias. Los bajos fondos de la turbulenta ciudad andaluza, el corral de los Naranjos, la cárcel real, las tabernas de Triana, los arenales del Guadalquivir, son los escenarios de esta nueva aventura, donde los protagonistas reencontrarán traiciones, lances y estocadas, en compañía de viejos amigos y de viejos enemigos.
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Imagen de EL SOL DE BREDA (ALATRISTE 3) (BOL)
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EL SOL DE BREDA (ALATRISTE 3) (BOL)

«Al lento batir de los tambores, las primeras filas de españoles movíanse hacia adelante, y Diego Alatriste avanzaba con ellas, codo a codo con sus camaradas, ordenados y soberbios como si desfilaran ante el propio rey. Los mismos hombres amotinados días antes por sus pagas iban ahora dientes prietos, mostachos enhiestos y cerradas barbas, andrajos cubiertos por cuero engrasado y armas relucientes, fijos los ojos en el enemigo, impávidos y terribles, dejando tras de sí la humareda de sus cuerdas de arcabuz encendidas»... Flandes, 1625. Alistado como mochilero del capitán Alatriste en los tercios viejos que asedian Breda, Íñigo Balboa es testigo excepcional de la rendición de la ciudad, cuyos pormenores narrará diez años más tarde para un cuadro famoso de su amigo Diego Velázquez. Siguiendo a su amo por el paisaje pintado al fondo de ese cuadro, al otro lado del bosque de lanzas, veremos a Íñigo empuñar por primera vez la espada y el arcabuz, peleando por su vida y la de sus amigos. Estocadas, asaltos, batallas, desafíos, encamisadas, saqueos y motines de la infantería española, jalonarán su camino a través de un mundo devastado por el invierno y por la guerra.
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