Detrás de las altas paredes perimetrales, más allá de los portones reforzados por barreras y flanqueados por garitas de vigilancia, se encuentra Altos de la Cascada. Afuera, la ruta, la barriada popular de Santa María de los Tigrecitos, la autopista, la ciudad, el resto del mundo.
En Altos de la Cascada viven familias que llevan un mismo estilo de vida y que quieren mantenerlo cueste lo que cueste. Allí, en el country, un grupo de amigos se reúne semanalmente lejos de las miradas de sus hijos, sus empleadas domésticas y sus esposas, quienes, excluidas del encuentro varonil, se autodenominan, bromeando, "las viudas de los jueves". Pero una noche la rutina se quiebra y ese hecho permite descubrir, en un país que se desmorona, el lado oscuro de una vida "perfecta".
En concreto, la voz y las teclas de la máquina de la persona que está escribiendo esta novela. Ella sabe que es un personaje de novela y, por suerte, la novela es fascinante, divertidísima y profunda. Aunque a veces intentará cambiarla. Sus compañeros de historia son alucinantes. Por ejemplo, Laurence, su pareja, tiene una abuela encantadora y aparentemente inofensiva. Pero descubre que ella y una banda de espías podrían estar traficando con diamantes escondidos dentro del pan.
Marlo Morgan no tenía edad ni talante de aventura, pero la realidad se le impuso con la fuerza y el poder que suelen trasmitirnos las grandes experiencias. Así fue como vivió una odisea fascinante: un viaje a pie por el desierto australiano en compañía de una tribu de aborígenes cuyas leyes de convivencia nada tienen en común con las nuestras.
El aprendizaje fue duro, pues a lo largo de esa extraña peregrinación tuvo que desprenderse de sus antiguos hábitos y aprender distintas formas de comer, de caminar y de comunicarse para poder gozar, al fin, de una auténtica comunión con la naturaleza y con esa parte de su cuerpo y su mente que ella misma desconocía.