La primera novela de Sebastian Walker guarda extrañas similitudes con el hallazgo de dos cadáveres pertenecientes a unos niños desaparecidos hace décadas en Massachusetts. Su agente literario pretende aprovechar la noticia para promocionar sus libros, pero el escritor se opone por temor a lo que podría suceder.
Irene Roberts, una entusiasta periodista cultural, será la primera en comprender que realidad y ficción se entremezclan de forma sorprendente en la obra de Walker. ¿Se inspiró en ese caso para construir su historia? ¿Es posible que él tenga la clave del crimen? ¿Podría ser el asesino?
Londres, 1929. Hércules Poirot está cenando en el café Pleasant cuando una mujer irrumpe en el local y le confía que alguien está a punto de matarla. Le ruega que no investigue, pues con su muerte, dice, se habrá hecho justicia.
Unas horas más tarde, tres personas son asesinadas en un elegante hotel londinense. Poirot no puede evitar involucrarse en el caso, pero, mientras él se esfuerza en ordenar todas las piezas, el asesino se prepara para volver a matar.
Desde la publicación de su primera obra en 1920, Agatha Christie escribió treinta y tres novelas, dos obras de teatro y más de cincuenta historias breves con el personaje de Hércules Poirot. Ahora, por primera vez, los albaceas de su legado han aprobado la creación una nueva novela protagonizada por el personaje más querido de la Dama del Crimen.
En manos de Sophie Hannah, autora de varios bestsellers internacionales, Poirot se sumerge en un misterio ambientado en el Londres de los años 20, un puzle diabólicamente inteligente que solo puede ser resuelto por el talento sin par del gran detective belga y su «materia gris».
Rigoberto, un maduro empleado de una compañía de seguros, combate su banal existencia con una rica imaginación que va plasmando en cuadernos. Todo lo que Rigoberto no se atreve a hacer, no se atreve a vivir por sí mismo, sus audacias y aventuras imaginadas, sus deseos ocultos, van quedando reflejados en estas anotaciones que lo distancian cada vez más de su vulgar existencia.
Los cuadernos son como un baúl del que se van extrayendo inesperados relatos, atesorados por el personaje con mayor celo que si fueran reales, y constituyen un refinado compendio de la imaginación erótica. Pero la particularidad de estas fantasías es que parten siempre de pinturas, obras literarias y piezas musicales conformando un verdadero y exquisito índice de la pintura y la literatura eróticas de todos los tiempos.
Como contrapunto al florido universo de don Rigoberto está el inquietante y perturbador ambiente que se forja alrededor de su hijo, Fonchito. Obsesionado con la vida y la obra del pintor austríaco Egon Schiele, el muchacho se sueña como la encarnación del pintor maldito y su misterioso mundo de niñas perversas y autorretratos angustiosos. Entre los dos personajes, la madrastra. Una mujer que es para ambos la figura principal de ese doble mundo de deseos y realidades. Una mujer a la medida de sus más exigentes fantasías.