Se dice que al visitar África el principal peligro está dentro de uno mismo. El viajero debe asimilar tal cantidad de estímulos, que, si no se toma un descanso, le puede resultar difícil recuperar la tranquilidad. Durante la década del 50, Alan Moorehead realizó cuatro viajes por dicho continente. No hay sitio en el arca es el resultado de todas dichas experiencias, que configuran, en buena medida, un libro de aventuras.
En estas páginas, descubrimos un mundo tan complejo como fascinante. Conocemos, por ejemplo, a los masai, poderosos cazadores que viven de sangre y leche; o a los
turkanas, quienes a pesar de su trato amable y respetuoso, acostumbran a expulsar fuera del pueblo a los enfermos y ancianos, dejándolos morir. Así, cada capítulo se encarga de desmitificar la relación de los habitantes africanos con su entorno. Comprendemos, además, que la mejor manera de acercarnos a este mundo en un auténtico estado salvaje es eliminar el factor humano y observar a los animales interactuando entre ellos mismos y ante la selva.
El fallido robo a una iglesia perpetrado por tres jóvenes inexpertos y la abrupta desaparición de una mujer en la noche limeña dan comienzo a un entramado de historias donde distintos personajes —siempre intensos y contradictorios— buscan vengar el pasado, combatir la impunidad o restablecer la justicia. Sin embargo, la realidad es otra: políticos, empresarios, jueces, militares, policías, sacerdotes, todos participan de una red de crimen y corrupción que reduce al silencio la voluntad de una sociedad que además debe lidiar con sus prejuicios de clase, raza y género.
Barcelona, 2012. Bruno, Raquel y Cristian parecen haber dado con el negocio que les sacará de la miseria, de dormir en parques y cajeros automáticos. Bruno controla el negocio. Su novia, Raquel, extoxicómana, lleva la contabilidad, y Cristian hace el trabajo de campo. Es un negocio tan limpio y sencillo que es increíble que no se le haya ocurrido a nadie antes. Se apostan alrededor de las casas de citas donde las parejas acuden de día y de noche. Al salir, las siguen, apuntan las matrículas de los coches, consiguen saber quién es el titular del vehículo y después llaman y ponen precio a su silencio. Los chantajes empiezan dando buenos resultados, pero llegará el momento en que se equivoquen de víctima.