Reunidas por primera vez en un volumen independiente, aquí se presentan las catorce cartas que se han conservado de la correspondencia entre Gustave Flaubert y Charles Baudelaire, los dos «padres» de la modernidad literaria –el primero en lo que respecta a la novela y el segundo a la poesía–, fechadas entre los años 1857 y 1862. Si bien no se puede saber con exactitud cuándo y dónde se conocieron –probablemente en alguna de las tertulias, salones o reuniones culturales que se celebraban frecuentemente en el bullicioso París de aquellos años– estas cartas cruzadas son un pretexto que le brinda a Ignacio Echevarría la oportunidad de vehicular a través de ellas un ensayo, a modo de prólogo, sobre las semejanzas y los contrastes entre las vidas y las obras de ambos genios. Un acercamiento perspicaz al tema, siempre fértil e interesante, de las vidas paralelas.
«¿Fueron Baudelaire y Flaubert amigos? Sin duda se tuvieron mutuamente por tales, y lo fueron hasta donde lo permitieron sus trayectorias tan divergentes. Se trataron con aprecio y cortesía, se rindieron mutuamente sinceros elogios; hasta cierto punto, formaron parte del mismo bando, tanto en lo que respecta a la clase social a la que pertenecían como a sus posiciones estéticas e incluso políticas. La común calamidad de ser procesados por daños a la moral pública con pocos meses de diferencia, el mismo año 1857, contribuyó sin duda a estrechar sus vínculos solidarios. Pese a lo cual, no cabe hablar de una amistad íntima. No hubo lugar para eso. Se encontraron en contadas ocasiones. Apenas conversaron a solas algunas veces. La correspondencia que mantuvieron, y que aquí se reúne, es escasa y más bien formal, si bien contiene manifestaciones inequívocas de admiración y de simpatía.» IGNACIO ECHEVARRÍA, en el prólogo
Desde niño, Sabino, conocido como Sardi por sus amigos, ha luchado por ser quien quiere ser. Su carrera como modelo de pasarela para colecciones femeninas no le ha facilitado la vida. Ser un hombre heterosexual en un mundo donde su belleza y feminidad confunden o intimidan a las mujeres complica su búsqueda del amor.
Sinaí, por su parte, lleva tantos años herida que ya ni siquiera se da cuenta de que lo está. Es agresiva, visceral e impredecible. Hay un fuego en su interior que la consume y que solo consigue sofocar con peleas o con sexo impetuoso, salvaje y variado. No es de las que repiten amante. Le gustan los hombres rudos, moteros como ella, con pinta de malotes y alérgicos al amor.
Jaime se ha sentido solo y desprotegido toda su vida al haber sido abandonado por quien más debería quererlo: su madre. Ahora, esa mujer a la que su padre le enseñó a odiar ha aparecido de improviso y asegura que todo lo que le han contado sobre ella es mentira: no lo abandonó al nacer, sino que se lo robaron de los brazos.
Jaime ya no sabe qué creer ni qué sentir. Su mundo se ha vuelto del revés y no encuentra la manera de afrontarlo, por lo que cae en una espiral de noches sin control bañadas en alcohol y odio.
Iris es feliz. Tiene una familia que la adora, un trabajo que la llena y unos amigos que la siguen hasta el fin del mundo. Es risueña, atrevida y cree en el AMOR, con mayúsculas.
Eso sí, el hombre del que se enamore debe cumplir ciertos requisitos: debe ser un príncipe azul (azul cielo a ser posible, el azul oscuro no le gusta), escalar la torre más alta del castillo más alto (no vale un primer piso, eso sería muy fácil) y vencer al dragón más feroz (pero no matarlo, pobre animalito) para conquistar su corazón. Literalmente.
¿Conseguirá el amor por Iris sacar a Jaime de su burbuja de destrucción y soledad?