En junio de 1941, el curso de la guerra es desfavorable a Gran Bretaña. De alguna manera, los alemanes están anticipándose a las incursiones aéreas de los bombarderos británicos. Hermia Mount, una inteligente analista británica, empieza a sospechar de la existencia de una estación de radar secreta en la costa de Dinamarca.
Desde el primer momento en que Alejandro abrió la boca para insultarle, Daniel supo que ese chico le traería muchos problemas. La solución perfecta habría sido ignorarlo y hacer como si no existiera, pero a veces el destino tiene otros planes.
Una pelea, un puñetazo y un castigo lo cambiarán todo. Obligados a pasar más tiempo juntos, los dos están convencidos de que solo conseguirán odiarse más, pero poco a poco, a medida que se van conociendo, esos sentimientos de antipatía comienzan a convertirse en algo muy distinto.
Al fin y al cabo, muchas veces las apariencias engañan y puede que ambos sean más parecidos de lo que creen.
En 1821, Johann Christian Woyzeck mata a puñaladas a la viuda Johanna Woost, y es ajusticiado tras una larga controversia en torno a su salud mental. Este crimen inspiraría a Georg Büchner para escribir, en 1836, la que consideramos la primera obra de teatro contemporáneo, Woyzeck. En su celda, mientras la luz recorre las paredes, Woyzeck recuerda: los años, los días, las horas que precedieron a su crisis, alimentada por un amor loco por su amante, la viuda Woost, a la que apuñaló en plena calle, a la vista de todos los transeúntes. Vadeando los torturados recuerdos que se agolpan en su cabeza, el propio asesino encarcelado busca darle sentido a su experiencia en un rompecabezas de locura, deseo, crimen y culpa. Con la Europa de principios del siglo XIX como marco, W. pinta un descarnado y certero autorretrato del hombre moderno que apenas empezaba a dar entonces sus primeros pasos. Un hombre que se esfuerza por poner en pie los acontecimientos de su caótica vida, que se aferra a lo poco que entiende de este mundo tras innumerables traumas y pesadillas.