En la década de 1950, se proyectó construir una serie de represas a lo largo del río Brazos, en el centro-norte de Texas. Para John Graves, aquello era mucho más que una simple obra de infraestructura: modificar el cauce del río significaba transformar un paisaje tan hermoso como implacable, y alterar para siempre la existencia de quienes lo habitaban.
Consciente de lo que estaba en juego, Graves emprendió un viaje de despedida por ese tramo del río, que conocía íntimamente desde su más temprana juventud, acompañado por un cachorro dachshund de seis meses al que llamaba “el pasajero”. Mientras desafía los rápidos, la fatiga y el voluble clima otoñal, el autor reflexiona sobre viejas enemistades sangrientas de la región y violentas escaramuzas con comunidades nativas, y vuelve a contar historias locas de coraje, cobardía y engaño que moldearon tanto a la gente del río como la tierra que bañaba.
Aunque finalmente solo se construyeron tres represas, llegaron a planearse hasta trece. El éxito del texto de Graves fue clave para frenar muchos de esos proyectos. Por eso, su libro no ha sido celebrado únicamente en cuanto a obra literaria, sino también como un acto de resistencia y documento de conservacionismo, comparado con Walden de Thoreau.
Con la pérdida de las elecciones generales en 1990, el proceso iniciado por la revolución sandinista contra el dictador Somoza en 1979 se detuvo en seco, y con él también se difuminaron los sueños, anhelos y esperanzas de cientos de miles de ciudadanos que participaron en aquel proceso transformador. Sergio Ramírez, miembro de la dirigencia revolucionaria y vicepresidente en la fórmula con Daniel Ortega, fue testigo excepcional de una utopía que se extendió más allá de las fronteras nicaragüenses. Adiós muchachos es la memoria de una generación que luchó por unos ideales de rebeldía comunes, y que, si bien no pudo ver cumplidos todos sus objetivos de justicia, riqueza y desarrollo, siente el orgullo de haber traído la democracia a su país, Nicaragua, cuando las ideologías parecen desvanecerse. Esta edición lleva un nuevo prólogo del autor, que pone en perspectiva sus reflexiones críticas tras el regreso al poder del Frente Sandinista, con el propio Daniel Ortega a la cabeza.
Un interesante ajuste de cuentas de Mario Conde con su vida y con sus ídolos literarios, pero también una punzante e inolvidable recreación del Hemingway ególatra y contradictorio, acorralado por sus recuerdos y remordimientos, en los días previos a su suicidio. En la memoria de Mario Conde todavía brilla el recuerdo de su visita a Cojímar de la mano de su abuelo. Aquella tarde de 1960, en el pequeño pueblo de pescadores, el niño tuvo la ocasión de ver a Hemingway en persona y, movido por una extraña fascinación, se atrevió a saludarlo. Cuarenta años más tarde, abandonado su cargo de teniente investigador en la policía de La Habana y dedicado a vender libros de segunda mano, Mario Conde se ve empujado a regresar a Finca Vigía, la casa museo de Hemingway en las afueras de La Habana, para enfrentarse a un extraño caso: en el jardín de la propiedad han sido descubiertos los restos de un hombre que, según la autopsia, murió hace cuarenta años de dos tiros en el pecho. Junto al cadáver aparecerá también una placa del FBI.