En una tierra sin nombre ni tiempo, un hombre llama a la puerta del rey para pedirle un barco con que zarpar en busca de la isla desconocida. Las trabas burocráticas que le ponen, la dificultad para emprender el viaje, la procedencia de la tripulación, los pertrechos necesarios y hasta el sitio de la presunta isla serán el objeto de esta narración en apariencia sencilla, pero que va ganando hondura con cada página.
Con esta impresionante adaptación gráfica del clásico contemporáneo de Margaret Atwood, llevada a cabo con suma belleza por la artista Renee Nault, el aterrador universo de Gilead cobra vida como nunca hasta ahora.
Defred es Criada en Gilead, una república donde a las mujeres se les prohíbe trabajar, leer y entablar amistades. Sirve en el hogar del Comandante y su Esposa, y en el nuevo orden social tiene un único cometido: una vez al mes, tumbarse boca arriba y rezar para que el Comandante la deje embarazada, porque, en una época en que apenas nacen niños, Defred y las demás Criadas valen en la medida en que son capaces de engendrar. Pero Defred recuerda los años previos a la instauración de Gilead, cuando ella era una mujer independiente con un empleo, una familia y un nombre propio.
Joseph Conrad, maestro de la creación de atmósferas, despliega aquí en realidad dos cuentos: uno envuelto en la noche, en el que una pareja dialoga en pleno fervor de un reencuento; el segundo, dentro del primero, está envuelto en la niebla de la guerra, y en él se exponen los dilemas morales del capitán de un barco de guerra británico. En un modo típicamente conradiano se entremezclan el ambiente marino, la penetración psicológica, la reflexión acerca del bien y el mal, la búsqueda de la verdad y la visión pesimista sobre la naturaleza humana. Publicado por primera vez en inglés en 1917 en la revista 'Strand', la traducción al castellano de este relato se incluyó primero en el volumen 'Cuentos de la Gran Guerra' (Alpha Decay, 2008), y un año después se publicó por separado en la colección Alpha Mini. Esta nueva edición viene acompañada por un espléndido y atinado prólogo de Gonzalo Torné.