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AMBERES (BOL)

Descrita por el propio autor como «una obra policíaca, aunque no lo parezca», Amberes fue redactada veintidós años antes de su primera publicación en 2002, y descubre al Roberto Bolaño más experimental y complejo.A caballo entre la narrativa y la prosa poética, Amberes se compone de 56 fragmentos, 56 balas perdidas cuyo objetivo permanece oculto al lector. Como pequeños fogonazos sin orden ni concierto que solamente insinúan la existencia de una luz más cegadora, los recuerdos y divagaciones que, en voz de distintos personajes -vivos y muertos-, llenan estas páginas, nos hablan de jorobados, drogas, prostitutas, películas, escritores sin palabras, asesinatos, asesinos y asesinados.Bamboleándose entre ficción y realidad, entre cordura y locura, el lector se enfrenta a un caso en un tablero con todas las piezas, pero sin ninguna garantía de que tenga solución.
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AMARILLA

Todos los poemas me salen amarillos», escribe Marta Sanz en uno de los versos de este libro. Y es que el amarillo es, aquí, un color último, definitivo, de una acidez que se identifica con un nervioso sentido del humor. Funciona al mismo tiempo como origen y como frontera de todas las cosas que suceden en esta vida: el filo preciso entre la claridad y la tiniebla. Porque estos poemas nacen del fulgor de un destello, y con amarillenta calidez se dirigen a un futuro que languidece; pero no tienen miedo, porque han comprendido que toda luz que brilla es siempre devorada, que todo lo que ilumina es a su vez consumido. Los versos se extienden como un delicado manto sobre el paisaje de lo cotidiano, cruzan las carreteras de una geografía íntima atravesada por la enfermedad, el deseo, la memoria, el final. El cuerpo se convierte en una elegía del paso del tiempo, un encefalograma en el que se registra cada marca, cada afrenta. Amarilla es, por encima de todo, una política de lo íntimo y una intimidad al descubierto, lanzada al mundo.
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AMARILIS

Cuatro personajes protagonizan los versos de estos poemas: la mujer que los canta, un Toro, un coro de ancestras y una flor cuyo nombre es Amarilis. Poco o nada sabemos de esa mujer, aunque su voz ―a ratos primaveral y desbocada, a ratos una voz pidiendo auxilio― no cese de cantar. Y es que su canto es el canto de una necesidad: la de quién ha sentido, galopando por las estepas de su cuerpo con las fuerzas desmedidas del anhelo y la pasión, el dominio salvaje del Toro, y ahora, sometida y condenada, en medio de los estragos del amor, no puede sino contarlo, explicarse, medirse a sí misma de nuevo. Obsesionada con los mitos griegos, para ello recurre a Amarilis. ¿Pero quién es Amarilis? ¿Una flor, una deidad campestre, la amada de Títiro en las Bucólicas de Virgilio? ¿Y por qué, ante el ruego confesional de esa mujer, se conmina al silencio? Y el Toro, ¿es toro o encarnación de Dionisio? ¿Las ancestras son abuelas, madres, poetas? ¿Qué saben ellas que no sabe la mujer? Así, ese juego sutil de preguntas cruza constantemente los límites de lo humano, lo animal y lo vegetal, en una metamorfosis en la que todo está deformándose y transformándose de nuevo.
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