Una fantasía contemporánea romántica y cautivadora sobre una adolescente que debe lidiar con la maldición de amor de su familia que florece cada año, junto con sus tulipanes encantados.
Lark Goode, una chica de diecisiete años, solo quiere una cosa: escapar del pueblo de Cutwater y de la historia que persigue a su familia. Dicha historia comenzó durante la tulipomanía holandesa de 1636, cuando un antepasado de Lark robó los últimos bulbos de tulipanes y huyó al Nuevo Mundo. Sin embargo, cuando los tulipanes brotaron en terreno norteamericano, trajeron una locura que acompañaba a sus pétalos níveos.
Una locura llamada amor.
Generaciones más tarde, los Goode siguen malditos: esas flores antinaturales que brotan en su jardín provocan que sus vecinos se enamoren perdidamente de cualquiera que tenga sangre Goode en las venas. A pesar de que su hermano acepta ese extraño poder, lo único que quiere Lark es librarse de él.
Laurie no cree en el amor a primera vista. Piensa que una cosa son las películas y otra, la vida real. Sin embargo, un día de diciembre, su mirada se cruza con la de un desconocido a través de la ventanilla empañada de un autobús. Surge la magia y Laurie se enamora perdidamente, pero el autobús arranca y sigue su camino por las calles nevadas de Londres.
Está convencida de que es el hombre de su vida, pero no sabe dónde encontrarlo. Un año después, su mejor amiga Sarah le presenta a Jack, su nuevo novio, del que está muy enamorada. Y sí, es él: el chico del autobús.
Laurie decide olvidarle, pero ¿y si el destino tiene otros planes?
Un encuentro nos da a conocer a un Kundera, en cierto modo, inédito. En efecto, aunque el autor reflexione sobre sus «viejos temas existenciales y estéticos», lo cierto es que en este apasionado ―y apasionante― «encuentro» con algunas obras maestras de la literatura, la música y la pintura, el escritor checo aborda cuestiones hasta ahora poco o nada transitadas en sus libros anteriores.
Así, explora lo que la novela puede explicar sobre el ser humano, e indaga asimismo en las repercusiones, no siempre negativas, que el exilio tiene para el creador. También desentraña el papel de la memoria ante las tragedias del siglo XX y habla de la lucha desesperada del verdadero artista por asumir lo mejor de la tradición de su arte.