Después de Obra abierta, en la que estudiaba los lenguajes experimentales del arte contemporáneo, y de Apocalípticos e integrados, donde abordaba las técnicas y los temas de la comunicación de masas, Umberto Eco analiza aquí las fronteras de la semiótica. Comprender los sistemas de signos obliga a ver los códigos como estructuras y explicarlas a través de otras estrucuras más vastas, en un movimiento regresivo hacia la matriz originaria de toda comunicación, una «esctructura no estructurada». La conclusión metafísica de esta búsqueda no puede ser más que el rechazo del código de códigos: la negación de la estructura ausente. Poniendo en juego todas sus investigaciones precedentes, Umberto Eco vuelve a asentar las bases de la semiótica y propone un verdadero sistema de la cultura como comunicación.
¿Por qué regresa Urania Cabral a la isla que juró no volver a pisar? ¿Por qué sigue vacía y llena de miedo desde los catorce años? ¿Por qué no ha tenido un solo amor? En La Fiesta del Chivo asistimos a un doble retorno. Mientras Urania visita a su padre en Santo Domingo, volvemos a 1961, cuando la capital dominicana aún se llamaba Ciudad Trujillo. Allí un hombre que no suda tiraniza a tres millones de personas sin saber que se gesta una maquiavélica transición a la democracia. Vargas Llosa relata el fin de una era dando voz, entre otros personajes históricos, al impecable e implacable general Trujillo, apodado el Chivo, y al sosegado y hábil doctor Balaguer (sempiterno presidente de la República Dominicana).
La guaracha del Macho Camacho del escritor Luis Rafael Sánchez (Humacao, Puerto Rico, 1936) es un clásico de la literatura hispanoamericana contemporánea. Desde su publicación en 1976 se convirtió en el texto literario puertorriqueño más difundido en el siglo xx. Mediante la sátira, el autor levantó el telón isleño para que se vieran los cuerpos: el cuerpo político y el cuerpo de las palabras. Teatralizó zonas prohibidas del lenguaje oral y narró con humor cáustico el poder del deseo. La novela puede leerse como una fiesta de máscaras minada secretamente por la tragedia. Una obra cómica, trágicamente cómica, que alimenta su capacidad crítica con esa misma ambigüedad. Una obra tan bailable y tarareable como el género musical que se anuncia en el título y que se glosa continuamente en la novela: «la gozadera caribeña y el acabóse de los acabóses».