«Yo digo que la vida perfectamente puede estar hecha de la misma materia de las películas.»
Cuando al poblado llega una de Marilyn Monroe, Gary Cooper o Charlton Heston, en casa de María Margarita se juntan las monedas exactas para una entrada y la mandan a ella a verla. Debido a su talento especial para contarlas como si fueran «en tecnicolor y cinemascope», al poco tiempo todo un público la espera impaciente tras cada proyección.
«Comencé a fijarme en detalles que la mayoría pasaban por alto: el modo acanallado de pintarse los labios de la rubia amante del mafioso, algún tic casi inadvertido del pistolero en los instantes previos al saque, la forma en que los soldados encendían el cigarrillo en las trincheras para que el enemigo no viera el resplandor del fósforo.»
Tan sencilla como poderosa, esta novela encierra un homenaje al arte de narrar historias, al tiempo que traza la mágica historia de los cines en los pueblos en sus tiempos de esplendor y decadencia.
Los fragmentos más antiguos que se conservan de La epopeya de Gilgamesh son obra de un poeta paleobabilónico que escribió hace más de tres mil setecientos años. Fue compuesta en lengua acadia, pero sus orígenes literarios se remontan a cinco poemas sumerios. En ella se cuenta la historia de Gilgamesh, el gran rey de Uruk, sus encuentros con monstruos y dioses, su enfrentamiento y posterior amistad con Enkidu el salvaje, el nacido en las tierras altas, y su arduo viaje en busca del secreto de la inmortalidad. Además de abordar temas como la familia, la amistad o los deberes del rey, La epopeya de Gilgamesh versa, sobre todo, de la lucha eterna del hombre contra el miedo a la muerte.
La versión de Andrew George -la de referencia en el mundo occidental- la introducen palabras muy sabias de Jose Luis Sampedro. Como cierre, un epílogo sobre la pervivencia del mito realizado por los profesores de comunicación audiovisual de la Universidad Pompeu Fabra Jordi Balló y Xavier Perez.
Con la placidez y tranquilidad de quien ha sabido adaptarse a lo que la vida le ha deparado, Eszter habita la casa que heredó de su padre en compañía de una pariente anciana. Hasta que un día, inesperadamente, recibe un telegrama de Lajos, viejo amigo de la familia, anunciando su inminente visita. Canalla, encantador y sin escrúpulos, con unas magníficas dotes de actor que le confieren un poder de seducción irresistible, Lajos no solo traicionó a Eszter, sino que también destruyó a su familia y les quitó todo lo que poseían, salvo la casa en la que viven, cuyo jardín es su único y escaso medio de subsistencia. Ahora, tras una prolongada ausencia, Lajos regresa y Eszter se prepara para recibirlo conmovida por un torbellino de sentimientos contradictorios.