El día que Gara llega a Granada, la belleza nostálgica de la ciudad la envuelve como un abrazo. Mirar al pasado duele demasiado y la culpa por una muerte que no puede asumir la persigue en cada aliento.Quizá por eso, entre los antiguos muros de la universidad donde se dedica en cuerpo y alma a su doctorado, Gara caerá en las redes de El décimo círculo. Este extraño grupo, formado por estudiantes obsesionados con Dante, pretende demostrar que el averno, el reino descrito en la Divina Comedia, es real y que las almas de los condenados reciben allí sus castigos.
La protagonista de El dedo en la boca se llama Lung L. y no tiene más de veinte años; ha pasado un tiempo en una clínica, le gusta ir en tren y dar paseos en plena naturaleza; parece a la vez cruel y vulnerable; en ocasiones, mientras se chupa el pulgar, una costumbre que no abandona, con la otra mano atrapa en el aire vestigios de la memoria, recuerdos donde se entrecruzan su primo Felix, su padre, una enfermera y personajes cuya presencia puede evocar como en un sueño. A su vez, el joven que protagoniza Las estatuas de agua, llamado Beeklam, se rodea de un criado, de soledad y de estatuas en su sótano de Ámsterdam, pero quizá un día salga a la luz y encuentre su doble en Katrin, una niña que no tiene prisa por llegar a ninguna parte, como si supiera que su vida discurre, en realidad, en otro lugar.
Una mañana de 1899, Martin Pearce, un escritor, viajero y orientalista inglés, exhausto después de escapar de una banda de ladrones, llega a una pequeña ciudad costera de África Oriental. Allí, en esa población en ruinas al borde de la vida civilizada, se enamora de Rehana, y comienza una apasionada historia de amor que unirá dos culturas y que reverberará a lo largo de tres generaciones y a través de los continentes, desde el África colonial hasta el Londres de los años sesenta.
Una novela sobre las consecuencias del pasado, el poder combativo del amor y la fuerza salvadora de la literatura.