García Márquez construyó, en El otoño del patriarca, una maquinaria narrativa perfecta que desgrana una historia universal -la agonía y muerte de un dictador- en forma cíclica, experimental y real al mismo tiempo, en seis bloques narrativos sin diálogos, sin puntos y aparte, repitiendo una anécdota siempre igual y siempre distinta, acumulando hechos y descripciones deslumbrantes.
Novela escrita en Barcelona entre 1968 y 1975, El otoño del patriarcadeja asomar en su trasfondo el acontecimiento más importante de la historia española de aquellos años, la muerte del general Franco, aunque su contexto y estilo sean, como siempre con García Márquez, el de la asombrosa realidad latinoamericana, que el autor ha elevado una vez más a la dignidad del mito.
Ramón Fortuna es un adolescente de quince años que no llegó a conocer a su padre, pero que ha crecido sobreprotegido por cuatro mujeres: su madre de verdad y las postizas. Al verse envuelto en la muerte de varias personas, es ingresado en una institución hasta que se aclaren los hechos. Poco a poco va descubriendo que todo lo que le habían contado sobre su familia era mentira. En vez de tratar de demostrar su inocencia, su nuevo objetivo en la vida va a ser librarse de la red de engaños que no le deja ver quién es en realidad.
En El otro barrio, Elvira Lindo hace gala de sensibilidad para relatar el día a día –solo a veces dramático– de la vida de un barrio en el que convive la marginalidad más desgarrada con jóvenes que disfrutan, sufren, aman y, sobre todo, esperan tiempos mejores.
Mizoguchi es un joven poco agraciado, lo que lo ha convertido en un ser solitario, taciturno y acomplejado: el mal y lo trágico invaden sus pensamientos. Su única fascinación es el Pabellón de Oro de Kioto, del que su padre, monje budista, le ha hablado como la encarnación de la suprema belleza. Tras su muerte, Mizoguchi entra como novicio en dicho templo. Se pasa el tiempo admirándolo: es su único objeto de deseo, su obsesión. Pero cuando despierta en él la sensualidad, esta belleza suprema se va a interponer en sus relaciones amorosas y le va a impedir tener otras admiraciones o afectos, convirtiéndose en un obstáculo para la vida de verdad. En El Pabellón de Oro Yukio Mishima regresa a algunos de sus preocupaciones recurrentes: la pugna entre la belleza y su destrucción, entre la vida y la muerte, entre eros y tánatos; entre el nihilismo y la aceptación de lo irremediable, reflejo del Japón, a su parecer, decadente y humillado tras la guerra.
Traducción de Carlos Rubio