Una novela vigorosa, una historia del desarraigo, de la búsqueda de identidad y un destino, de una paternidad y una autoría. Por el autor ganador del Premio IMPAC y del Premio Alfaguara de novela. «Usted me ha eliminado de mi propia vida. Usted, Joseph Conrad, me ha robado.» Londres, 1903: José Altamirano, colombiano de nacimiento, acaba de llegar de un país caribeño de cuyo nombre ya quisiera olvidarse. Arrastra consigo varias culpas y una historia de la cual se arrepiente; ha sido testigo de las cosas más terribles que le pueden pasar a una persona y también a un país. Pero nunca habría imaginado el encuentro que el destino tenía programado para él. Nunca habría imaginado lo que le ocurriría después de conocer al famoso novelista Joseph Conrad.
En este primer libro de ficción, Borges trabaja con biografías de ladrones y rufianes; personajes traidores y a veces también heroicos. Aquí están, entre otros, Lazarus Morell, redentor de esclavos, Tom Castro, hijo apócrifo y tolerante, y la viuda Ching, hábil en el saqueo de altamar. Cuentos que juegan a falsear y tergiversar historias ajenas. Le siguen «Hombre de la esquina rosada», uno de sus relatos más celebrados, y «Etcétera», un testimonio de sus incontables lecturas: «A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores».
Dice Borges que las páginas de este libro son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar historias ajenas. Historias de infames: ladrones, rufianes, piratas, traidores. Aquí están, entre otros, el atroz Lazarus Morell, redentor de esclavos; el impostor Tom Castro, hijo apócrifo y tolerante; la aguerrida viuda Ching, hábil en el saqueo en altamar, y el incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké, aciago funcionario. Les siguen «Hombre de la esquina rosada», uno de sus relatos más celebrados, y «Etcétera», un testimonio de sus incontables lecturas: «A veces creo que los buenos lectores son cisnes aun más tenebrosos y singulares que los buenos autores».
La tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia. Los espejos y la paternidad son abominables, porque la multiplican y afirman.