Quienes sostienen la idea de que el Defensor del Pueblo República Dominicana es unipersonal desconocen los principios generales de la administración moderna, ignoran el proceso de elección como órgano constitucional establecido en la Constitución y pierden de vista las características del Estado social y democrático de derecho. Además, pasan por alto lo que ha significado para la nación dominicana la forma personalista e individualista de funcionarios que han dirigido algunas instituciones como si fuera un feudo heredado de sus antepasados.
El Defensor del Pueblo, por sus características y por las funciones que le asigna la Constitución dominicana, no puede ser una institución unipersonal porque como órgano del Estado, negaría su propia razón de ser el carácter unipersonal es contrario a los principios de la institucionalidad, negaría el principio de la transparencia, incurriría en práctica antidemocrática y estaría promoviendo la corrupción y el tráfico de influencia.
El defensor del Pueblo de la República Dominicana debe ser preservado como una institución democrática, institucional y transparente, alejado del clientelismo y la corrupción. Tenemos que evitar que la práctica corrupta que caracteriza las instituciones de Estado moderno no permee la vida institucional del Defensor del Pueblo y eso solo puede ser garantizado por un ejercicio transparente que descanse en manos de un equipo de hombres y mujeres que hayan sido celosamente elegidos por el Congreso, que su funcionamiento interno descanse en un órgano de control interno, debidamente fiscalizado por los órganos constitucionales encargados de vigilar el buen uso de los recursos públicos.
Debe quedar claro que en estos relatos no hay absolutamente nada de ficción, cualquier asomo de la imaginación ha sido aporreado y desterrado de estas páginas a punta de bayoneta, recordando la vieja frase proverbial de que “las bayonetas sirven para todo menos para sentarse sobre ellas”. Lo que aquí se narra es lo que sucedió, no lo que debió pasar y no pasó nunca, porque no se puede corregir la historia, ni mucho menos analizar lo que no ocurrió en más de treinta años de servicio que estuve en la “guardia”, que es para cualquiera que pase por ella la más extraordinaria experiencia vivencial dominicana que se pueda tener.
En este ensayo el autor plantea que la pandemia de la COVID-19 impactó la economía de Noto, Japón, y como respuesta que las autoridades locales tomaron la controvertida decisión de consignar parte de los fondos destinados a atender la emergencia para la construcción de una estatua gigante de calamar. El objetivo de esta inversión pública era impulsar el turismo, la cultura pesquera y gastronómica, así como la economía local, basada en uno de sus símbolos más relevantes: el calamar. El autor aclara que las autoridades municipales de Noto utilizaron solo una pequeña parte de la subvención extra proporcionada por el Gobierno central durante la pandemia y la complementaron con ahorros internos, a fin de financiar la infraestructura. Asimismo, sostiene la hipótesis de que esta fue una medida inteligente que permitió revitalizar la economía de dicha localidad.
La contínua convocatoria que Jesús nos hacía a todos a navegar afuera de la protección de la hermosa y resguardada bahía de Andrés, siempre encontró más de un pero para ser rechazada, con la consecuente observación de su parte de que jamás conoceríamos todo lo que las costas de nuestra isla es capaz de ofrecer, para siempre terminar con la eterna sonrisa que siempre le acompaña, reiterando su frase de mar favorita: “Usted nunca pasará de ser un marinerito de PIPYMCA”. Yo seguí sus pasos en mi velero varias veces, sobre todo hacia el sur profundo, hasta descubrir juntos un paraíso llamado Barahona y Pedernales, para luego embarcarme con amigos en una ambiciosa vuelta a la isla y entendí, viviendo experiencias, que Jesús tenía más que razón.
En este libro Montalvo Cossío desmonta la visión neoclásica de la economía –la de mayor aceptación- según la cual el deseo social de consumo, contrastado contra la capacidad social de producción, arroja precios que vacían el mercado. Así se produciría un mundo ideal de libertad política e individual, y de justicia distributiva. Sin embargo no es de esa manera como funcionan los mercados en la realidad, caracterizada ésta por la concentración industrial y del ingreso. La concentración es una tendencia dominante de la empresa y el sistema económico, fundamentada en el diseño y dirección de los patrones de consumo, y en la producción y desarrollo, bajo régimen privado, del conocimiento.
El Estado keynesiano -que iba a enmendar todos los defectos de regulación del capitalismo- ha sido una completa desilusión debido a que él mismo –el Estado- es un agente racional: tiene métodos y propósitos. Por supuesto, la racionalidad política no es la racionalidad económica. Ahora, si bien el gasto improductivo –aquél que no aporta facilidad productiva social adicional- aumenta la utilidad de la clase política, no constituye demanda adicional por cuanto sólo es una transferencia de ingreso desde el sector privado hacia ésta; y si no hay oferta adicional no puede haber demanda adicional. Sólo el gasto público productivo es inductivo de crecimiento, cuando el Estado tiene una tendencia prácticamente invencible hacia la improductividad.