Que la venta te acompañe te dará una estrategia brillante sin una ejecución efectiva es como un mapa sin alguien que lo siga. Imagina una tienda con una estrategia diseñada para aumentar las ventas y mejorar la experiencia del cliente. Ahora, visualiza a un equipo comprometido, capacitado y alineado con esa estrategia, ejecutándola con precisión y pasión. Esa sinergia entre estrategia y ejecución es la fórmula secreta para tener éxito en cualquier negocio. El modelo Retail J.E.D.I. es una herramienta para mejorar la ejecución de equipos de ventas basado en cuatro áreas clave: Justificación: Implica establecer la razón de ser del equipo de ventas, identificando metas concretas y alineadas con los objetivos; Empatía: Se enfoca en entender y conocer mejor a los vendedores, así como comprender cómo desarrollan sus tareas; Diseño: Orientado a crear un entorno óptimo para que los vendedores puedan desarrollar sus funciones sin barreras u obstáculos; Influencia: Dirigida a atraer, implicar e inspirar a los vendedores para lograr un alto rendimiento y compromiso con los objetivos establecidos.
Todo lo que debes saber para hacer fácil lo difícil en el mundo de las inversiones.
Hay cosas que son complicadas y a la vez extremadamente fáciles: invertir es una de ellas. Desde fuera parece un mundo excitante pero inaccesible, con su jerga y sus vaivenes incomprensibles; desde dentro, en cambio, puede resultar un juego de niños. Y ahí es donde también podemos equivocarnos.
Richard Oldfield narra su experiencia como gestor de inversiones partiendo precisamente de sus fracasos para demostrar que «aunque no es complicada, la inversión es difícil». Con un lenguaje accesible, humor y mucha carga autobiográfica, analiza los tipos de inversión, la importancia de las comisiones, la medición correcta del rendimiento o el extraño arte de elegir un buen gestor.
«He tenido la rara oportunidad de observar a distintos gestores de fondos y de ser uno de ellos, de modo que lo que pretendo transmitir aquí son los frutos de esa observación, así como las lecciones que he aprendido a través de mis propios éxitos y fracasos», confiesa Oldfield al inicio de este libro.
Reconstruir el pasado es tarea compleja y resbaladiza, no importa qué vertiente de ese pasado nos interese. Los historiadores se basan fundamentalmente en fuentes escritas publicadas, pero existe otro tipo de fuente: las correspondencias. Querido Isaac, querido Albert – un guiño a Isaac Newton y a Albert Einstein – reproduce, explicando el contexto en el que fueron escritas, un extenso conjunto de cartas de algunos de los mejores científicos de la historia.
Es imposible dar idea de la variedad de temas que tratan las cartas que aparecen en este libro, tanto en su dimensión humana y personal, como en la científica e institucional, un libro que no tiene paralelo en ningún otro publicado hasta la fecha y que en más de un sentido constituye una historia (parcial) alternativa de la ciencia. Entre los muchos episodios que se tratan, se cuentan, por ejemplo, las cartas que cubren el proceso mediante el cual Edmund Halley convenció, y soportó, al siempre reacio Isaac Newton para que escribiera su inmortal libro de 1687, Philosophiae Naturalis Principia Mathematica; la dramática carta que Lavoisier escribió en vísperas de ser víctima de la guillotina; las informaciones que Benjamín Franklin dio al presidente de la Royal Society inglesa de las ascensiones aerostáticas que presenció en París; la reacción de Charles Darwin cuando recibió la noticia de que Alfred Russel Wallace había llegado a la misma teoría de la evolución de las especies que él; la que Galois escribió a Auguste Chevalier la noche antes del duelo que acabó con su vida, resumiendo sus innovadoras ideas matemáticas; las que escribió Albert Einstein a su entonces novia, Mileva Maric, y otras a varios corresponsales que muestran la influencia que la filosofía ejerció para llegar a la teoría de la relatividad especial; la carta en la que Max Planck explicaba a Robert Williams Wood el sacrificio intelectual que tuvo que realizar para introducir los cuantos de luz; o una en la que Francis Crick explicaba a su hijo el descubrimiento de la estructura del ADN.