Francia tiene cincuenta y seis reactores nucleares en activo, su industria nuclear da trabajo a unas cuarenta mil personas, la mitad de las cuales son subcontratadas. El protagonista y narrador de esta novela es Yann, uno de esos empleados temporales. Se dedica a labores de limpieza y mantenimiento de los reactores, lo que significa que sus contratos suelen durar entre tres y cinco semanas. Su trabajo no solo es precario, sino peligroso: quienes realizan estas tareas son escrupulosamente controlados para medir sus niveles de exposición a la radiación, y a quien sobrepasa los límites se lo envía a casa y se queda sin sueldo.
Estos trabajadores son itinerantes, viven en caravanas u hoteles y forman una singular familia. Élisabeth Filhol escruta un mundo casi secreto, destapa una realidad social, pero también el singular modo de vida de personas enfrentadas de forma permanente a un peligro invisible pero muy real. Personas ante un monstruo al que temen pero que ejerce sobre ellas un extraño magnetismo. El resultado es una novela que es al mismo tiempo una descripción minuciosamente realista de un entorno laboral poco conocido, una denuncia de las condiciones laborales de los trabajadores de las nucleares y un drama existencial sobre quienes se enfrentan cada día a la muerte.
Con ternura y delicadeza, Tami, la protagonista, ayuda a su abuela en las labores de la cocina, preparando tentadores platos en el caldero. La tristeza, las preguntas sin respuesta, los secretos familiares, los amores prohibidos parecen surgir del fondo del caldero, mientras la anciana reconstruye el pasado con sus historias fragmentarias y su memoria incierta. De repente, el universo de Tami se sacude y su identidad se pone en duda…
Los recuerdos resucitan a través de la memoria fragmentada. Por primera vez, la joven descubre el secreto guardado por los adultos, y percibe la fragilidad y la melancolía que conlleva la vida mediante las historias de la anciana. Esta novela, ambientada en una casa de pueblo durante el verano, explora la cotidianidad compartida entre una abuela y sus nietos, y desvela la conexión humana por medio de un fluido estilo narrativo. La obra fue galardonada con el prestigioso Premio Akutagawa.
Tokyo. Fragmentos es la primera obra que se publica en España de Leopold Federmair, escritor y traductor austriaco nacido en 1957 y que desde 2002 reside en Japón. En este libro, estructurado como un paseo literario por el Japón contemporáneo, visitamos a Kenzaburo Oé, vamos al cine, entramos en hoteles, tiendas, bares o en el hospital en el que han ingresado a Mayuko, la hija del autor, viajamos en tren, paseamos por parques o por zonas residenciales, y también encontramos comentarios sobre literatura y música o reflexiones sobre el sistema educativo, el urbanismo o la cultura de Japón. Como señala en su epílogo Daniel F. Hübner, profesor de la Universidad de Zaragoza, «todo ello tiene cabida aquí, en este paseo que adquiere rango de género literario en cuanto permite dotar de unidad a los diversos fragmentos en los que a modo de capítulos se encuentra dividido el libro». Pero, tal como apunta asimismo el profesor Hübner, «este libro no solo ofrece a sus lectores un fascinante recorrido por los múltiples fragmentos en los que se descompone la caleidoscópica realidad del Japón contemporáneo. Su interés radica también en lo que revela de la persona —o del personaje— que está presente en estas páginas, ese paseante que observa una ciudad y sus gentes con la inocente sabiduría de una niña y el amplio bagaje de vivencias y referencias culturales de un escritor cosmopolita en plena madurez creadora.
De una a siete de la tarde -mis horas oficiales o "teóricas" de
trabajo- me confieso un impostor, un chambón, un equivocado esencial. De
noche (conversando con Xul Solar, con Manuel Peyrou, con Pedro Henríquez
Ureña o con Amado Alonso) ya soy un escritor. Si el tiempo es húmedo y
caliente, me considero (con alguna razón) un canalla; si hay viento sur,
pienso que un bisabuelo mío decidió la batalla de Junín y que yo mismo
he consumado unas páginas que no son bochornosas. Me pasa lo que a
todos: soy inteligente con las personas inteligentes, nulo con las
estúpidas.
Hacia 1957 reconocí con justificada melancolía que estaba quedándome
ciego. La revelación fue piadosamente gradual. No hubo un instante
inexorable en el tiempo, un eclipse brusco. Pude repetir y sentir de
manera nueva las lacónicas palabras de Goethe sobre el atardecer de cada
día: Alles nahe werde fern (Todo lo cercano se aleja). Sin prisa pero
sin pausa -¡otra cita goetheana!- me abandonaban las formas y los
colores del querido mundo visible. Perdí para siempre el negro y el
rojo, que se convirtieron en pardo. Me vi en el centro, no de la
oscuridad que ven los ciegos, como erróneamente escribe Shakespeare,
sino de una desdibujada neblina, inciertamente luminosa que propendía al
azul, al verde o al gris. Ya no había nadie en el espejo; mis amigos no
tenían cara; en los libros que mis manos reconocían solo había párrafos
y vagos espacios en blanco pero no letras.
Como ocurre con toda la obra de Aurora Venturini, estos cuentos fueron escritos desde las tripas, y también desde un lugar periférico del lenguaje y la literatura. Sus páginas las recorre una galería de personajes extraños y deformes. Porque esa ha sido siempre la manera como Venturini perfila sus historias, abordándolo todo con una mirada extravagante. Aquí desfilan gatos absorbidos por un tornado, niñas que nacen con un bulto negro en el cuello, una maestra que se enamora de un ventrílocuo de circo. Y viejos y mujeres que pegan a sus hijas. Dueña de un estilo excepcional, lírico y sórdido a la vez, Aurora Venturini narra de manera irrefrenable las zonas perversas y macabras del mundo, y atrapa a estos raros personajes antes de que se evaporen. Divididos en dos partes, El marido de mi madrastra y Hadas, brujas y señoritas, estos relatos trasmiten su particular manera de entender la literatura y la vida, dos espacios tomados casi siempre por la oscuridad, pero con algunos fogonazos breves de una luminosidad que hiere.
Un pequeño castillo de caza en Hungría, al pie de los Cárpatos, donde alguna vez se celebraron fastuosas veladas y la música de Chopin inundaba los elegantes salones decorados al estilo francés, ha cambiado radicalmente de aspecto. El esplendor de antaño se ha desvanecido, todo anuncia el final de una época.
En ese escenario cargado de vivencias, dos hombres se citan para cenar tras cuarenta años sin verse. De jóvenes habían sido amigos inseparables, pero luego sus caminos se bifurcaron: uno se marchó a Extremo Oriente y el otro, en cambio, permaneció hasta hoy en su propiedad. Sin embargo, ambos han vivido a la espera de este momento, pues entre ellos se interpone un secreto de una fuerza singular. Todo converge en un duelo sin armas, aunque tal vez mucho más cruel, cuyo punto en común es el recuerdo imborrable de una mujer.
El recuerdo de un viaje al sur de Chile se convierte para Marco en un fragmento clave en la construcción de su pasado y su identidad: fue la única vez que se sintió cercano a su padre. En el presente, cumplidos los cincuenta, reflexiona acerca del papel que tuvieron en su vida ese hombre poderoso e inaccesible, su familia de raíces conservadoras y machistas, y el rigor de la época en que le tocó crecer.
La erupción del volcán Villarrica a fines de 1971 y otros desastres naturales que vuelven a su mente con insistencia sirven de augurio y metáfora de los cataclismos personales que le tocaría vivir. Asistimos al paso que da Marco desde la cima de su infancia hacia los territorios de la sexualidad, con su carga de miedo e incertidumbre, y luego a la ruptura con el orden familiar. Mientras el país se encorva bajo la dictadura, Marco vive el rechazo de su mundo como una catástrofe y su mundo vive su diferencia como una fatalidad.
Durante su estancia en un país desconocido, Han Kang se ve abordada por una apremiante necesidad de escribir sobre el color blanco. Es su forma de dar sentido a una tragedia que la ha atormentado siempre: la prematura muerte de su hermana, a las pocas horas de nacer; alguien a quien no llegó a conocer y a quien parece haber sustituido. Invocar los recuerdos que la vinculan con el blanco será su forma de conversar con ella, de evocar su rostro, de sepultarla íntimamente en la escritura.
Una tarde aburrida, la joven Alicia decide seguir a un conejo blanco a través de su madriguera, sin pensar en cómo podrá regresar. Así comienza su aventura en el País de las Maravillas, un mundo donde los animales conversan con ironía, el tiempo se detiene en una caótica merienda y los juegos de lógica desafían cualquier norma establecida. En esta tierra en la que nada es lo que parece, con pasteles y setas que pueden hacerla encoger casi por completo o crecer más de dos metros, ¿será capaz Alicia de encontrar de nuevo el camino de vuelta a casa?
Esta edición reúne los dos cuentos más célebres de Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo.