Mito legendario y proteico, el vampiro ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales, al acecho como anunciación de la otredad, los miedos reprimidos y la voracidad de nuestros traumas, o formando parte indisociable de nuestra esencia como plasmación de la mitad oscura e ilustración de la dualidad que nos constituye y materializa nuestros anhelos e instintos más inconfesables.
La presente antología traza la evolución del vampiro en lengua inglesa desde sus manifestaciones en textos medievales, con semas y modus operandi que anticipan las características primordiales del chupasangres en siglos posteriores, hasta la eclosión manifiesta del ente en el periodo decimonónico, con la canonización de los vampiros de Polidori, Byron, Le Fanu, y, sobre todo, la obra seminal de Bram Stoker, desembocando en la idiosincrasia ecléctica o la reinterpretación vanguardista y alejada de los presupuestos clásicos y puristas que dinamizan la variedad y estilización del mito en la primera mitad del siglo xx, como génesis de las drásticas transformaciones que se darían, posteriormente, en la posmodernidad, metamorfoseándose el vampiro en un icono adolescente o una suerte de zombi descerebrado y despojado de su aura aterradora.
Moebius revolucionó todos los mecanismos narrativos del cómic a partir de los años setenta. Con «El Garaje Hermético», «Arzach», «El mayor Fatal» y varias decenas más de historias, cambió por completo el medio, redefinió irremisiblemente la fantasía y la ciencia ficción de nuestra era e influyó de manera perenne en varias generaciones de autores.
Juan de Mena (Córdoba, 1411-Torrelaguna, 1456) fue testigo de excepción de las vicisitudes políticas y culturales en la corte castellana de Juan II y protagonizó un proceso que pocos autores han podido arrogarse: la creación de una nueva lengua poética, constituida en modelo indiscutible durante más de medio siglo, en el tránsito de la Edad Media al Renacimiento.
Aunque fraguadas sobre todo entre 1858 y 1861, las Rimas están integradas por piezas compuestas a lo largo de casi quince años, hasta el momento de la muerte de Bécquer, sin alcanzar una ordenación definitiva. Los temas dominantes son los propios de la poesía amorosa de todos los tiempos, como la melancolía y la incomunicación, modulados por toda la tradición aprendida (desde el clasicismo grecolatino hasta los romanticismos de escuela, pasando por la literatura del Siglo de Oro) y prestando atención a procedimientos propios de la literatura de consumo, como el sentimentalismo del folletín, la dramatización de la vida privada, la métrica de la zarzuela o el tono de la poesía alemana y de la balada de mediados de siglo.
El siglo XVI es una época en movimiento incesante, un mundo en transición del que Rabelais (1494-1553) no será testigo mudo ni pasivo. Todo lo contrario: es preciso inscribir su obra –gigantesca– como una de las más importantes y ambiciosas en esa trama de iniciativas dispares en las que la política, la religión, la ciencia, el arte, la técnica, el derecho, la literatura... se dan la mano. Obra singular por sus múltiples registros, obra única por sus incontables niveles: todos los ámbitos de lo real y de lo imaginario, todos los peldaños de la escala que va de lo más bajo a lo más sublime, tienen su lugar en esa obra voraz de uno de los más grandes escritores de la literatura universal. Nunca en el pasado, nunca en su futuro, una obra tuvo tal capacidad de ingestión y digestión de materiales tan diversos. Metabolismo desmesurado, excesivo –aunque también educado y exquisito– como el de los gigantes que la habitan.