Grady McNeil tiene diecisiete años y ha conseguido convencer a sus padres para que la dejen sola en el piso de Central Park mientras ellos hacen un crucero de verano. Nadie se explica por qué la jovencita desdeña las delicias de Europa por el ardiente verano de Nueva York. Pero ella tiene un secreto: está enamorada. Y el suyo es un amor que deberá saltar barreras muy poderosas. Porque Grady, que definitivamente ha nacido en lo más alto de la escala social, se ha enamorado de Clyde Manzer, un chico de veintitrés años que trabaja en el parking donde ella guarda su coche. Y Clyde es judío, veterano de guerra –estamos en la década de 1940, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial– y de clase baja. Y a medida que avanza el verano, y crece el esplendor de los cuerpos, lo que empezó como un amorío de vacaciones se irá volviendo más serio, más turbio, más equívoco...
El protagonista de la novela –ingenioso, encantador, bisexual, absolutamente amoral– logró escaparse de un orfanato a los trece años, aprendió el oficio de masajista y se las ingenió para convertirse en un pícaro moderno y codearse con los ricos y los famosos, desempeñando unas veces el papel de confidente, otras el de bufón, y, para los lectores de esta novela, el de divertidísimo cronista de las disparatadas vidas de la jet set. Este libro es, en buena parte, un roman à clef, y, a veces, ni siquiera necesita claves, pues por sus páginas desfilan –junto a retratos tenuemente disfrazados de escritores como Tennessee Williams, actrices como Greta Garbo, millonarios como Stavros Niarchos– personajes reales, como las inefables Mrs. Matthau y Mrs. Cooper, cuyos diálogos sobre la vida y costumbres (preferentemente sexuales) de otros miembros de la alta sociedad están reproducidos con cruel fidelidad. Esta novela inacabada y póstuma es «un ataque venenoso de Truman Capote contra el mundo que le había convertido en objeto de adoración» (Lise Friedman, Vogue).
Un viaje dialogado con amenidad y agudeza, muestra de la extraordinaria virtud del autor para razonar, transmitir y contagiar sus pasiones.
Juan Villoro es reconocido como uno de los grandes escritores latinoamericanos actuales. Periodista, novelista, cuentista, ensayista y cronista, reunió por primera vez sus ensayos literarios en Efectos personales (Premio Mazatlán 2001), al que siguió De eso se trata (2004), títulos que hoy reunimos en este volumen. Como también lo hiciera en la posterior La utilidad del deseo (2017), Villoro convierte aquí sus lecturas en relatos de la inteligencia. Ambas obras muestran a un narrador sumido en la aventura de leer; las anécdotas se suceden como en una novela y los comentarios surgen con el ingenio de una feliz tertulia.
Por estas páginas transitan una excepcional galería de personajes: Goethe atrapado en la geometría del amor; Cervantes, fundador de la road novel; Rousseau, que une su destino a la arriesgada noción de autor; Lowry en el intoxicado paraíso de Cuernavaca. También encontramos un testimonio de afinidades electivas: una reconstrucción de la convulsa estancia de Burroughs en México; la indagación del exilio póstumo de Bernhard; el jardín ilustrado de Monterroso; la vertiente más heterodoxa de Fuentes; el viaje sin aduanas de Pitol; la inteligencia distraída de Rossi. Junto a estos –y otros– tributos y retratos, hay espacio para el Villoro cronista y para el que explora los ritos de pasaje de la traducción literaria y el diálogo entre las literaturas de América y Europa.
Conocimos a Frank Bascombe en el ya lejano 1986 con El periodista deportivo y sus andanzas nos han ido mostrando las transformaciones de Estados Unidos en las últimas décadas. Reaparece ahora con 74 años y arranca su relato con esta frase: «Últimamente, me ha dado por pensar en la felicidad más que antes.» A continuación, hace un repaso sucinto de su vida: perdió a un hijo, a sus padres y a algún otro ser querido; ha pasado por dos divorcios; ha sobrevivido a un cáncer; recibió un disparo en el pecho y ha superado huracanes y una depresión.
Ahora, al final de su vida, se ve convertido en cuidador de su hijo Paul, que padece ELA y está recibiendo tratamiento en la Clínica Mayo de Rochester, Minnesota. Cuando le dan el alta, padre e hijo deciden emprender un viaje hasta el emblemático monte Rushmore, evocando otro que Frank hizo de niño, con sus progenitores.
Norteamérica −con Trump en el horizonte− desfila por la ventanilla del coche y se suceden los encuentros con personajes variopintos, mientras padre e hijo aprenden a conocerse. Frank pasa revista a su vida llena de altibajos y cambios, y trata de encontrar en ella algo de sentido y esperanza, atisbos de felicidad.
Richard Ford retorna −con toda probabilidad por última vez− a su personaje más emblemático para construir otra monumental «gran novela americana».
El 28 de septiembre de 1940 el submarino Cappellini de la armada fascista italiana partió del puerto de La Spezia con rumbo al Atlántico, vía Gibraltar. Al mando estaba el veterano comandante Salvatore Todaro, un hombre que llevaba el pecho cubierto con una coraza de acero debido a viejas heridas de combate.
Durante su misión, avistaron un buque belga, el Kabalo. Se produjo un combate naval y el submarino hundió al barco enemigo. Pasado un rato, vieron aparecer a varios tripulantes sobrevivientes. Pese a que el almirante alemán Dönitz ordenó explícitamente que no se los rescatase, Todaro decidió contravenir a sus superiores y primar, por encima del reglamento militar, la ley del mar, que dice que hay que rescatar a los náufragos. Su gesto lo convierte en un héroe que conecta el pasado con nuestro presente de pateras rescatadas en alta mar por barcos que, con demasiada frecuencia, las autoridades no quieren dejar desembarcar en sus puertos.