A mediados del siglo XIX, Charles Baudelaire tradujo, glosó y adaptó al francés Confesiones de un opiófago inglés, de Thomas de Quincey, publicado en 1821 y al que seguiría, más de dos décadas después, Suspiria de profundis. Su adaptación acabó siendo una mise en abîme que permitió a Baudelaire imbricar sus impresiones y juicios particulares así como su práctica poética en la obra del ensayista inglés, a quien consideraba «su hermano mayor». Flaubert, Glatigny o Barbey d'Aurevilly no escatimaron elogios hacia la obra, cuyo éxito literario radicaba en la forma que Baudelaire había logrado conferirle.
En enero de 1909, una estafa realizada por un tal Henri Lemoine contra la compañía De Beers dedicada a la explotación de minas de diamantes acabó adquiriendo notoriedad mundial.
Marcel Proust, cuyo estilo ya se estaba perfilando en los primeros esbozos de la Busca del tiempo perdido, tomó este caso para describirlo a la manera de Balzac, Flaubert, Renan, Michelet o Saint-Simon, recurriendo, con ello, “a plena conciencia, a la parodia”, con la idea de evitar “malgastar el resto de nuestras vidas escribiendo parodias involuntarias”, o leyéndolas.
En 1893, Arthur Conan Doyle decidió asesinar a Sherlock Holmes, el detective más famoso de todos los tiempos. El éxito arrasador de las novelas y los relatos publicados por The Strand Magazine no le permitía centrarse en sus novelas históricas. Así pues, escribió «El problema final», que cierra el presente volumen, con la intención de concluir este ciclo narrativo. Los lectores no se lo perdonaron, y Doyle se vio obligado a resucitar a su ya inmortal personaje.
Reinaba una densa oscuridad y el viento rugía horriblemente alrededor, pero Dorothy descubrió que la vivienda se movía con suavidad. Luego de las primeras vueltas, y después de un momento en que la casa se inclinó bastante, sintió que la mecían como a un bebé en la cuna.
Entre 1932 y 1935, en plena Depresión, Tennesse Williams trabajó en las oficinas de la International Shoe Company, en su sede de Saint Louis, donde su padre, que le había obligado a dejar la universidad, era jefe de ventas. Fue un período triste y opresivo en el que, a escondidas, escribía cuentos y poemas, como se refleja en «Escalera a la azotea» (cuyo primer título fue «Episodios de la vida de un oficinista»), incluido en esta recopilación que ilustra los primeros pasos de sus ambiciones literarias y del universo característico que construyó. Las derivas de la vejez –hacia la demencia o la paz interior– y de la adolescencia –en sus primeros amores y experiencias sexuales– están muy presentes en estas primeras piezas, así como la violencia grotesca típica del llamado «gótico sureño». Sin embargo, entre la locura extremosa, las fantasías criminales y el suicidio, asoma una visión compasiva de la intimidad y de los sueños enterrados de una serie de personajes vencidos por un ambiente hostil o por sus propias emociones, que no consiguen identificar. Los perros oruga y otros cuentos de juventud es un buen adelanto de todo lo que sería Tennesse Williams tan solo unos pocos años después y de todo lo que le haría universalmente conocido.
Publio Ovidio Nasón (43 a. C.-17 d. C.) es uno de los poetas capitales de la literatura latina. Nacido en Sulmona, demostró desde siempre una extraordinaria facilidad para versificar, lo cual le llevó a ser muy prolífico y cultivar con exito diversos generos. Fue poeta de moda entre sus contemporáneos, hasta que una repentina decisión del emperador Augusto lo condenó a vivir desterrado en Tomos, una ciudad en los confines del imperio, a orillas de Ponto Euxino (el actual mar Negro).
La traumática experiencia del exilio pasó a ser el tema central de su poesía. Pónticas representa una de las obras cumbre de la literatura universal sobre el destierro.