George Sand y Gustave Flaubert se vieron por primera vez el 30 de abril de 1857. Fue en el foyer del teatro del Odéon de París: un apretón de manos y, posiblemente, unas palabras corteses sellaron el encuentro. A ese encuentro siguieron, en septiembre del mismo año, unas páginas en el Courier de Paris que declaraban públicamente la admiración de Sand por Madame Bovary. Y muy poco más, en esos años: apenas un encuentro documentado, en 1859, en el cuarto piso del nº 2 de la rue Racine, vivienda parisina de Sand en ese tiempo. Hasta ese momento, cualquiera -y, para empezar, los dos protagonistas mismos- podría pensar que la relación entre ambos era de carácter literario, en cualquier caso social, cortés y nada personal o íntima. Tras leer las cartas que se intercambiarían en los trece años siguientes descubrimos que la realidad fue después casi la inversa: Sand y Flaubert casi nunca coincidieron en lo literario, pero sus sentimientos no dejaron de acercarlos.
La "Descripción de China" de Matteo Ricci es considerada una de las obras más importantes acerca de la civilización, filosofía, historia, costumbres y geografía de China, tanto por el rigor de sus fuentes literarias como por la riqueza y autoridad de las orales, en especial los literatos chinos con los que el jesuita italiano tuvo trato. Primero de los cinco libros de su prolífica "Historia de la introducción del cristianismo en China" (tambien conocida como "Commentarj della Cina"), la "Descripción" es un trabajo etnográfico que cabe hoy enmarcar en el ámbito de las disciplinas que estudian los puentes culturales entre Europa y Asia, particularmente con el Lejano Oriente y China. Ricci consigue presentar a los lectores occidentales una China comprensible, pero que representa al mismo tiempo un desafío para la cartografía europea de los saberes.
Dos jóvenes amigos, un escultor con talento pero algo perezoso y un recién licenciado en Filosofía, están enamorados de Yelena Nikoláievna Stájova, una muchacha de clase media que siempre ha destacado por su bondad con los que sufren. Yelena encuentra frívolo a uno de ellos, y cada vez más interesante al otro, pero entonces se cruza en su camino un tercero. Mientras tanto, sus padres preparan su boda con un alto funcionario Turguénev recreó en En vísperas (1860) un enfrentamiento generacional que los críticos de la época vieron como una alegoría de la Rusia que estaba por llegar (de ahí el título de la obra).
«Nadie pondrá en duda que soy un padre afectuoso con todos los hijos de mi imaginación, y que ningún otro progenitor puede querer a su familia con tanta ternura. Pero, como muchos padres afectuosos, tengo un hijo favorito en el fondo de mi corazón. Y su nombre es David Copperfield.» Este reconocimiento de Dickens en el prólogo a la edición de 1867 de la novela tiene el valor de venir de su propio «padre». Pero, desde su publicación por entregas entre 1849 y 1850, Dcnñd Copperfield no ha dejado más que una estela de admiración, alegría y gratitud. Para Swinburne era «una obra maestra suprema». Henry James recordaba que de niño se escondía debajo de una mesa para oír a su madre leer las entregas en voz alta. Dostoievski la leyó en su prisión en Siberia. Tolstói la consideraba el mayor hallazgo de Dickens, y el capítulo de la tempestad, el patrón por el que debería juzgarse toda obra de ficción. Fue la novela favorita de Sigmund Freud. Kafka la imitó en Amerika, y Joyce la parodió en el Ulises. Para Cesare Pavese, en estas «páginas inolvidables cada uno de nosotros (no se me ocurre elogio mayor) vuelve a encontrar su propia experiencia secreta». El lector tiene ahora la ocasión de recuperar esa experiencia secreta gracias a la excelente traducción íntegra de Marta Salís, la primera en español en más de cincuenta años de una obra de la que, sin ningún género de duda, cabe afirmar que es clave en la literatura universal.
No hay, probablemente, en toda la literatura occidental una obra más rica en motivos que la Odisea, compuesta a finales del siglo viii a. C. por un gran poeta que llamamos Homero. Aunque compuesto en hexámetros y según las técnicas tradicionales de la composición oral, el Poema de Ulises es mucho más moderno y vario que un cantar de gestas guerreras. Es, como se ha dicho muchas veces, un primer relato de aventuras casi novelescas, con diversos registros y ambientes, como es también diverso y versátil su protagonista, Odiseo. Sus grandes lances son bien conocidos por todos, incluso por quienes no han leído la obra, pero tener acceso a una traducción rítmica tan cuidada como la que ofrece este volumen, pulida a lo largo de muchos años, acentúa el placer de sumergirse en este texto.
Hasta el final de su vida, y durante más de diez años, Publio Virgilio Marón (70-19 a.C.) estuvo dedicado a la composición de la Eneida, unánimemente reconocida como el más perfecto exponente del clasicismo romano. Virgilio pretendió con ella ofrecer al público romano la gran epopeya de sus orígenes, que sirviera al tiempo como justificación y exaltación del nuevo régimen impuesto por el emperador Augusto. El resultado sería esta magistral combinación entre el pasado legendario de Roma y su historia reciente.