Como el propio Cervantes dijo, el sentido último de sus Novelas ejemplares se halla en «todas juntas como en cada una de por sí». Este volumen ofrece una selección de cuatro novelas, representativas del conjunto, prologadas y anotadas por los reconocidos cervantistas Antonio Rey Hazas y Florencio Sevilla Arroyo. A través de un estudio detallado de cada obra seleccionada, la edición aporta una visión global de las doce novelas, que se inscriben en un complejo y multiforme entramado de relaciones mutuas (desde puntos de vista temáticos, argumentales, estilísticos, técnicos y estructurales), siempre sin perder la autonomía de cada una. La libertad y ejemplaridad, el carácter experimental, la capacidad para hacer verosímil lo inverosímil, para despertar y mantener la atención del lector son algunos de los elementos que conforman el marco implícito de unión de las Novelas ejemplares. En ellas, Cervantes sometió a renovación todas las formas narrativas existentes, y de su esfuerzo consciente de reflexión, asimilación e innovación creativa nace la novela moderna.
En medio de un período histórico de profunda transformación en el siglo I a. C., la literatura romana vio cómo surgía la figura de Cayo Valerio Catulo (87-h. 55 a. C.). Su breve pero decisiva obra dinamitó los cimientos de la vieja poesía que se escribía en Roma y marcó el camino que habrían de transitar las nuevas líricas latinas.
Con tan solo 116 poemas conservados, Catulo despliega una enorme variedad de recursos que apuntalan un profundo proceso de innovación de mérita y contenidos. Además, desde nuestra perspectiva contemporánea, esa búsqueda constante de originalidad temática, sumada a la expresividad y a la poderosa presencia subjetiva del yo poético, convierten a Catulo en un autor extraordinariamente cercano a la sensibilidad moderna.
Esquilo (h. 525-456 a. C.) es el autor más antiguo del que conservamos tragedias completas. Nacido en Eleusis, en el Çtica, escribió algo más de ochenta tragedias, de las cuales tan solo se han conservado siete. Fue tambien soldado en una epoca difícil en la que Atenas vivía bajo la amenaza de la invasión persa, y participó en algunos de los combates determinantes de las Guerras Medicas. Precisamente, Los persas pone en escena una de las celebres batallas en la que participó el propio poeta trágico: la de Salamina. Alejada de elementos mitológicos y de la tradición heroica helenica, el ardiente patriotismo que respira la obra no impide que Esquilo adopte cierta moderación.
Publio Ovidio Nasón (43 a. C.-17 d. C.) es uno de los poetas capitales de la literatura latina. Nacido en Sulmona, demostró desde siempre una extraordinaria facilidad para versificar, lo cual le llevó a ser muy prolífico y cultivar con exito diversos generos. Fue poeta de moda entre sus contemporáneos, hasta que una repentina decisión del emperador Augusto lo condenó a vivir desterrado en Tomos, una ciudad en los confines del imperio, a orillas de Ponto Euxino (el actual mar Negro).
La traumática experiencia del exilio pasó a ser el tema central de su poesía. Pónticas representa una de las obras cumbre de la literatura universal sobre el destierro.
Tito Macio Plauto (mediados del siglo III - h. 184 a. n. e.) es uno de los autores teatrales más importantes de la Antigüedad. Nacido en Sársina, en la región de Umbría, a pesar de su notoriedad, poco se sabe de su vida. Lo que sí es seguro es que, como autor de comedias, supo conectar con el gran público y cosechó un enorme exito popular que ningún otro autor griego o romano posterior alcanzó. No es de extrañar que fuese imitado hasta la saciedad y que incluso Moliere y Shakespeare buscaran inspiración en sus obras.
A mediados del siglo XIX, Charles Baudelaire tradujo, glosó y adaptó al francés Confesiones de un opiófago inglés, de Thomas de Quincey, publicado en 1821 y al que seguiría, más de dos décadas después, Suspiria de profundis. Su adaptación acabó siendo una mise en abîme que permitió a Baudelaire imbricar sus impresiones y juicios particulares así como su práctica poética en la obra del ensayista inglés, a quien consideraba «su hermano mayor». Flaubert, Glatigny o Barbey d'Aurevilly no escatimaron elogios hacia la obra, cuyo éxito literario radicaba en la forma que Baudelaire había logrado conferirle.