En 1872 Carlos de Borbón y Austria-Este, llamado Carlos VII por sus adeptos, entró en España para ponerse al frente de las partidas sublevadas contra el rey Amadeo de Saboya, dando inicio a la tercera guerra carlista. Valle-Inclán, de familia carlista y durante muchos años defensor de "la Causa", dedicó a ella entre 1908 y 1910 tres novelas –Los cruzados de la Causa, El resplandor de la guerra y Gerifaltes de antaño– y dos relatos –Una tertulia de antaño y La corte de Estella– en los que volcó su simpatía por el campesinado y su visceral rechazo a la España surgida de la Restauración. Leído hoy, el ciclo de La guerra carlista, que aquí presentamos en una nueva edición a cargo de Ignacio Echevarría, permite establecer un hilo histórico que llega hasta la Guerra Civil y explicar la evolución de los nacionalismos vasco y catalán.
Lavretski, el heroe de esta novela, ha tenido una educación singular: su padre, un noble terrateniente que se fugó y casó con una sirvienta, y luego la dejó en Rusia para vivir "la vida alegre" de Europa, quiso hacer de el "no solo un hombre, sino un espartano". Ya mayor, y despues de una "boda por amor" y del correspondiente periplo europeo, vuelve a Rusia cabizbajo, separado de su mujer (que le engañaba) y expuesto al ridículo… pero con la firme convicción de emprender reformas y cuidar la tierra. Nido de nobles (1859) es una hermosa y melancólica novela sobre la persistencia del deseo, testimonio de una generación perdida en la Rusia del momento, una generación que solo podía levantarse "en medio de la oscuridad".
Respondiendo al espíritu enciclopédico y totalizante que caracteriza toda la escritura del marqués de Sade, en sintonía con el siglo al que pertenece, Aline y Valcour no solo pretende ser la novela filosófica, sino que se construye como una auténtica macronovela o compendio narrativo que abarca los principales géneros narrativos y registros de escritura del siglo XVIII: todo ello utilizando como soporte el género epistolar.
La llama vehemente es considerada su novela más exitosa, tras el ruido que provocó El caso del señor Crump. Esta novela agitó la llama de Artaud quién no dudó en lanzarse a su traducción en colaboración con Bernard Steele, con el ánimo de darlo a conocer a los lectores francófonos. La novela escandalizó a los críticos de la época: un texto cuya modernidad en cualquier caso, transcurrido casi un siglo, deja sin aliento. Lewisohn traza en ella, con una minuciosidad que no escatima en nada, el destino de unas parejas neoyorquinas entre la Belle Epoque y los locos años veinte. Personajes conformistas, excepto uno de ellos que se pasa el tiempo mintiendo a los demás claro, pero primero y sobre todo a sí mismo. El lector no se sorprende cuando uno de estos seres traicionados, cansado de todas estas pretensiones, saca una pistola del bolsillo y mata. No para castigar la infidelidad del amor, sino para permitir que el deseo se muestre finalmente sin máscara.
Un duelo libertino entre dos miembros de la nobleza francesa en una obra cumbre de la literatura europea del siglo XVIII.
En esta novela episolar ambientada en las postrimerías del siglo XVIII francés, dos aristócratas sin escrúpulos, la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont, forjan una alianza para convertir la seducción en un juego cruel. El objetivo inmediato será pervertir a una respetable viuda, a una quinceañera recién salida del pensionado y a su joven pretendiente.
Sin embargo, los tejemanejes de Merteuil y de Valmont acabarán revelando más que su afición al escándalo. Conforme aparezcan las voces de los demás personajes, se pondrán en evidencia las dobleces de toda una sociedad, así como los peligros universales que comporta la pasión amorosa.
Considerada una de las mejores novelas sentimentales de la literatura francesa, Las amistades peligrosas es también uno de los libros más descarados, divertidos y cautivadores de toda la literatura europea.
Reunidas por primera vez en un volumen independiente, aquí se presentan las catorce cartas que se han conservado de la correspondencia entre Gustave Flaubert y Charles Baudelaire, los dos «padres» de la modernidad literaria –el primero en lo que respecta a la novela y el segundo a la poesía–, fechadas entre los años 1857 y 1862. Si bien no se puede saber con exactitud cuándo y dónde se conocieron –probablemente en alguna de las tertulias, salones o reuniones culturales que se celebraban frecuentemente en el bullicioso París de aquellos años– estas cartas cruzadas son un pretexto que le brinda a Ignacio Echevarría la oportunidad de vehicular a través de ellas un ensayo, a modo de prólogo, sobre las semejanzas y los contrastes entre las vidas y las obras de ambos genios. Un acercamiento perspicaz al tema, siempre fértil e interesante, de las vidas paralelas.
«¿Fueron Baudelaire y Flaubert amigos? Sin duda se tuvieron mutuamente por tales, y lo fueron hasta donde lo permitieron sus trayectorias tan divergentes. Se trataron con aprecio y cortesía, se rindieron mutuamente sinceros elogios; hasta cierto punto, formaron parte del mismo bando, tanto en lo que respecta a la clase social a la que pertenecían como a sus posiciones estéticas e incluso políticas. La común calamidad de ser procesados por daños a la moral pública con pocos meses de diferencia, el mismo año 1857, contribuyó sin duda a estrechar sus vínculos solidarios. Pese a lo cual, no cabe hablar de una amistad íntima. No hubo lugar para eso. Se encontraron en contadas ocasiones. Apenas conversaron a solas algunas veces. La correspondencia que mantuvieron, y que aquí se reúne, es escasa y más bien formal, si bien contiene manifestaciones inequívocas de admiración y de simpatía.» IGNACIO ECHEVARRÍA, en el prólogo