La Ilíada fue compuesta en verso. Fue concebida para ser recitada, y utiliza por tanto el hexámetro dactílico, un tipo de verso de seis pies en el que se alternan las sílabas largas y breves de un modo que confiere a la recitación un ritmo característico, ideal para ser acompañado con música: el inicio de una ininterrumpida tradición que ha dado lugar a los cantares de gesta, a los romances de ciego y al rap.
Pero han pasado tres mil años. Es tal la distancia temporal, tanta la diferencia de los referentes culturales entre el público que asistía entonces a la recitación y el lector actual de los textos homéricos, que es vano pretender reproducir, siquiera con una mínima aproximación, el efecto que la Ilíada pudo producir en las fechas cercanas a su creación.
Célebre por ser la autora de La historia de Genji, considerada la primera novela de la historia universal y cumbre de las letras japonesas, la dama Murasaki (ca. 973-ca. 1013) nació en el seno de una rama menor del poderoso clan Fujiwara y llegó a ser dama de honor en el séquito de la emperatriz Shôshi. Texto de valor literario y documental, más que autobiográfico, El diario de la dama Murasaki extrae su encanto de la fusión entre lo objetivo y lo subjetivo propio de la prosa femenina del esplendoroso periodo Heian, así como de su capacidad de evocación de un mundo -el de la corte imperial de entonces- que, por su propia lejanía en el tiempo y en el espacio, en la sensibilidad, en los comportamientos y en las actitudes, resulta tan sugerente y maravilloso como un reino de fantasía.
Según Flaubert, una de las obras maestras del genial narrador ruso.
En el Moscú más elegante y refinado, un joven queda prendado de la enigmática Susanna Ivánovna, hijastra de un despótico profesor de música. Necesita saber más de ella y entender las trágicas circunstancias por las que se encuentra sola y desamparada entre extraños, como «una paloma blanca en una bandada de cuervos negros». El amor más trágico y las pasiones más oscuras brillan con luz propia en la exquisita prosa de Turguénev.
La presente edición, El pájaro herido y otros poemas, de Katherine Mansfield (1888-1923), contempla los procesos líricos de una maestra del relato del pasado siglo cuya poesía ha pasado prácticamente inadvertida para la crítica especializada y para el lector. Aunque es en el relato corto donde Katherine Mansfield recibe el reconocimiento unánime de la crítica en su tiempo y en el nuestro, como una de las voces pioneras y trascendentales en las vanguardias modernistas, es en la poesía, en cambio, donde la autora encuentra su primera fórmula de expresión literaria, género que seguirá cultivando durante toda su corta y apasionante vida. Como poeta modernista, Katherine Mansfield no suele recurrir a imágenes concretas para expresar sus ideas, sino a sus más íntimas emociones y vivencias, que acaban recreando una particular y brillante psicología.
Este libro recoge los escritos inéditos de la visita de Ford a Estados Unidos entre 1926-1927. La metrópolis cautivó al autor inglés, que trata de explicar esa fascinación a través de anécdotas enlazadas por asociación a un lugar o un encuentro: un cruce de calles, un parque, una cena. Ford observa los cambios que ha sufrido la pequeña y vieja ciudad que había conocido veinte años atrás, esa ciudad en la que se instalan todos cuantos llegan de fuera y de la que se marchan todos los que allí nacen. Nueva York se había convertido en una gran ciudad debido en gran medida a los rascacielos, pero los problemas causados por la superpoblación no restan un ápice al amor que el escritor le tiene a su Gotham, refugio de un grupo variopinto de sajones, normandos, daneses, judíos, hugonotes y trotamundos. La Nueva York de Ford es Manhattan y el Bronx, que en los años 20 se convirtieron en centro artístico del país por la iniciativa y apoyo de sus gentes. Un siglo después de la publicación de esta obra, Nueva York no ha perdido nada de esa capacidad de atrapar al visitante por fugaz que sea la estancia. Leer estas páginas puede ayudar a entender las razones.
Entre todos los héroes salvajes y brutales inventados por el creador de Conan, Robert E. Howard, el rey picto Bran Mak Morn guarda un origen más próximo a la historia. Se debe a la ascendencia escocesa-irlandesa de este autor, discípulo y amigo de Lovecraft, y principal impulsor del género de «espada y brujería». Considerado junto a Tolkien uno de los escritores más influyentes de la fantasía heroica moderna, Howard narra en estas aventuras la encarnizada lucha que, capitaneados por su último rey, sostuvieron los pictos britanos a finales del siglo III de la era cristiana contra las legiones de Roma. Cuenta la épica de una raza que avanza inexorablemente hacia su extinción, mientras intenta detener el rastro de muerte que dejan a su paso las águilas romanas.