El presente estuche, una publicación única en el mercado actual, contiene la totalidad del canon holmesiano dividido en tres volúmenes atractivos y cuidadosamente editados: en Relatos 1 encontramos las dos primeras colecciones de cuentos de Conan Doyle: Las aventuras de Sherlock Holmes (1892) y Las memorias de Sherlock Holmes (1894); Relatos2 contiene las tres que le siguieron: El regreso de Sherlock Holmes (1907), Su último saludo (1917) y El archivo de Sherlock Holmes (1927); por último, Novelas reúne las cuatro narraciones largas protagonizadas por el emblemático y perspicaz detective de Baker Street: Estudio en escarlata (1887), El signo de los cuatro (1890), El perro de los Baskerville (1902) y El valle del miedo (1915).
En este estuche único figuran tres obras fundamentales de Sherlock Holmes, el detective más famoso de la literatura. En Estudio en escarlata vemos su primer caso, en el que se interna por las callejuelas de Londres con ayuda de Watson, tras las misteriosas pistas que deja un asesino sediento de venganza. Por su parte, Las aventuras de Sherlock Holmes y Las memorias de Sherlock Holmes reúnen los relatos breves del emblemático personaje.
Acompañadas por las ilustraciones originales de Sidney Paget, como lo estuvieron en la revista The Strand a finales del siglo XIX, estas historias permiten saborear el atractivo original de unos libros que consagraron inmediatamente al autor.
Marqués de Sade pronto cobró fama de libertino, término muy usado en esos tiempos sedientos de libertad para designar a quien hacía un mal uso de ella, esto es, a quien se entregaba a sus deseos más extravagantes y singulares principalmente en el terreno de la sensualidad y de la sexualidad. Esta edición de las Obras Maestras de Marqués de sade consta de cuatro volúmenes.
Las heroínas son Marianne, Elizabeth, Fanny, Emma, Anne o Catherine. En sus órbitas no tardan en aparecer caballeros de dudosa estirpe como John Willoughby o de impecable fibra moral como Mr. Darcy. Diferenciarlos, sin embargo, no es tan fácil como puede pensarse. Y el verdadero amor rara vez está donde se espera.
En estas seis novelas magistrales, que funcionan con la puntualidad de comedias clásicas, las jóvenes descubren que el camino hacia el matrimonio está tan lleno de encantos como de desencantos, y que perseguir los propios ideales supone a veces desafiar a la sociedad que los ha inspirado. Con ironía y amabilidad, Jane Austen demuestra que es no solo la gran observadora de su época, sino una analista insuperable del corazón humano. Sin duda, Virginia Woolf no se equivocaba cuando la llamó «la escritora de libros inmortales»; esta cuidada edición completa ofrece la oportunidad perfecta para comprobar que siguen tan vivos como siempre.
Sentido y sensibilidad, una de las primeras novelas de la autora, explora los contrastes entre la razón y los sentimientos a través de los sentimientos de dos hermanas. Orgullo y prejuicio ha fascinado a generaciones de lectores por sus inolvidables personajes y su extraordinario retrato de la sociedad de la Inglaterra victoriana y rural, tan contradictoria como absurda. La protagonista de Emma es una joven inglesa de una familia acomodada. Ella no tiene intención de casarse, pero se entretiene emparejando a sus amigos y familiares y sus consejos provocan todo tipo de malentendidos.
En la Italia del siglo xiv Petrarca se erige, con Dante y Boccaccio, como uno de los tres pilares de una nueva era en Occidente, marcada por el humanismo. Y es que, al redescubrir la tradición de los clásicos latinos, el poeta del Cancionero, laureado en 1341 en el Capitolio de Roma, se distanció de la teología e hizo del ser humano el principal interés del saber. Y precisamente su obra epistolar escrita en latín contribuyó a plantear ese proyecto inédito. En esta edición del monumental corpus en prosa integrado por las cartas familiares, de senectud, sin destinatario y dispersas, que abarcan buena parte de la existencia del poeta y casi un siglo de historia, Petrarca nos habla como observador de su convulsa época, de sus contemporáneos y de sí mismo, dialoga con autores del pasado convirtiéndolos en privilegiados interlocutores y crea su propia comunidad intelectual más allá del tiempo y el espacio. Así, forja la figura del hombre, singular y mortal, pero capaz de ejercer su libertad y trascender la finitud apelando a la posteridad. Con Petrarca el arte se vuelve alternativa existencial al sentimiento religioso, y el artista, paradigma humano.