Florence Grimes siempre toma las peores decisiones. Soltera, sin dinero y frustrada tras el humillante final de su carrera musical, lo único que la motiva para levantarse de la cama todas las mañanas es Dylan, su hijo de diez años. Hasta que Alfie Risby desaparece misteriosamente durante una excursión con el colegio y Dylan se convierte en sospechoso. Por primera vez en su vida Florence tiene que hacerse cargo de una tarea y cumplirla hasta el final: debe encontrar a Alfie y limpiar el nombre de su hijo si no quiere perderlo para siempre. El único problema de Florence es que todas las madres del colegio la odian. Y por si fuera poco, tiene razones para pensar que tal vez Dylan no es tan inocente como a ella le gustaría creer.
Una lujosa finca en medio del bosque sueco. Y un asesinato en el que todos podrían estar implicados. Una mezcla perfecta entre Agatha Christie y el thriller nórdico
Convertida en una estrella tras haber resuelto varios casos muy mediáticos, la detective privada Julia Stark se siente casi feliz, hasta que un día de agosto recibe en su agencia de Estocolmo la inesperada visita de Per Günter Mott, un magnate del negocio maderero sueco.
Visiblemente afectado, éste le cuenta que, tras una cena familiar, ha aparecido en su móvil la foto de un hombre atado, encapuchado y probablemente muerto. Mott no reconoce a la víctima, y ni siquiera recuerda haber tomado esa imagen, pero no es la primera vez que sufre una laguna de memoria: su vida es todo menos impecable.
Para no perder tiempo, Julia decide acudir a Sidney Mendelson, un experto policía y su ex marido, a quien tal vez podría volver a acercarse. Juntos, se desplazan a la lujosa villa de los Mott, donde descubren que, bajo un barniz de opulencia, fluyen tensiones, envidias y rivalidades.
Sólo hay una cosa segura: solucionar este enigma implica adentrarse en un abismo de secretos familiares que únicamente la inteligencia y la infalible intuición de Julia podrían desentrañar.
Un retrato emocionante de una de las mejores cuentistas argentinas.
La escritora argentina Silvina Ocampo es una de las figuras más exquisitas, talentosas y extrañas de la literatura en español. Hija de una familia aristocrática, autora de libros que, al decir de Roberto Bolaño, parecen provenir de «una limpia cocina literaria», en torno a ella se han urdido mitos que envuelven no solo su obra, revalorizada con entusiasmo en los últimos años, sino también su vida privada: la particular relación que tenía con su marido, Adolfo Bioy Casares; su cambiante y chismosa amistad con Jorge Luis Borges, que cenaba cada noche en su casa; sus presuntos romances con mujeres, como la poeta Alejandra Pizarnik o la madre del propio Bioy; sus perturbadoras premoniciones; sus ambiguos conflictos con la olímpica Victoria Ocampo, su hermana mayor.
Este volumen es un sentido tributo de Javier Marías a la figura y la literatura de William Faulkner, uno de los escritores más importantes del siglo XX, ganador del Premio Nobel en 1950. Su prólogo es toda una declaración de intenciones: «Si la única manera de que Faulkner vuelva a ser más leído y más recordado es no ir con sus libros por delante, como sería lo justo, sino con su persona y sus dichos y anécdotas —esto es, con lo que no escribió—, entonces hay que plegarse e intentarlo». Así, Marías traza en estas páginas el retrato de un personaje enigmático, tímido e impertinente que se tomaba tan en serio su actividad como tan poco en serio a sí mismo.
Javier Marías rinde homenaje en este libro a uno de los novelistas contemporáneos que más admiraba: Vladimir Nabokov. Su intención era conmemorar a un escritor con el que se sentía en deuda literaria y animar a los lectores a que lo busquen con más frecuencia.
Marías nos cuenta, por ejemplo, que un día de 1950 la mujer de Nabokov, Véra, logró detenerlo cuando se disponía a quemar los primeros capítulos de Lolita, agobiado por las dudas y las dificultades. También que le molestaba mucho que le atribuyeran influencias, fueran de Joyce, Kafka, Proust o de Dostoyevski. Y que los mayores éxtasis los experimentó a solas: cazando mariposas, creando problemas de ajedrez, traduciendo a Pushkin y escribiendo.
El origen de Miramientos se encuentra en el apéndice «Artistas perfectos», que cierra el libro Vidas escritas. En él, Javier Marías comentaba los retratos fotográficos de treinta y siete autores, todos extranjeros y todos muertos. La exclusión ahí de escritores en español lo llevó a escribir para la revista Cuadernos Cervantes los comentarios a los retratos de Valle-Inclán, Borges, Aleixandre, Benet, Bioy Casares, García Lorca, Victoria Ocampo, Fernando Savater, Cabrera Infante, Neruda, Mendoza, Martínez Sarrión, Cernuda y Quiroga, y a recogerlos, posteriormente y junto a otros retratos, en este volumen que completa con un «Autorretrato farsante» dedicado a sí mismo, una tentación que, como el propio Javier Marías reconoce, no pudo evitar, pero a la que intentó enfrentarse con el mismo «miramiento».